Hace unas semanas leí por primera vez el término cienciofobia. Ya he expresado mi asombro de como es posible esta nueva fobia que se está convirtiendo en tendencia. Dentro de este grupo se podría englobar al colectivo antivacunación: aquellos que se niegan a vacunar a sus hijos, por ejemplo, con la vacuna triple vírica (que inmuniza contra el sarampión, paperas y rubéola). Algo que más que sorprenderme, me irrita. ¿Qué padre o madre no desearía evitar cualquier sufrimiento a sus hijos? Y ya no solamente sufrimiento: el sarampión, más allá de las manchitas rojas en la piel y la fiebre, puede causar complicaciones tales como neumonía en el 30% de los casos. Esta irritación mía se traduce en preocupación en el caso de los médicos, que más de una vez se han mostrado alarmados por esta tendencia, vista por algunos como progre puesto que se asocia con una ideología de izquierdas. Así lo han manifestado tanto pediatras al observar el brote de paperas en Madrid durante el primer semestre de 2013 o investigadores como Pedro Alonso que definió a los antivacunas como irresponsables sociales al constatar que la reaparción de sarampión en Ecuador fue causada por la entrada en el país de individuos sin vacunar provenientes de Europa.
De hecho, la vacunación no es solamente una acción individual que te protege contra una determinada enfermedad infecciosa, también es un acto altruista dado que cuánto más población está vacunada, más difícil le resulta al agente patógeno (virus o bacteria) propagarse y por tanto, hay más probabilidad para erradicar dicha enfermedad.
El movimiento antivacunación tiene su fuerte en un estudio publicado en la revista The Lancet en 1998. En él, el médico inglés Andrew Wakefield relacionaba el autismo con la subministración de la vacuna contra el sarampión a causa del uso de thiomersal (que contiene mercurio) como conservante de esta vacuna. Dos años después The Lancet tuvo que retirar el estudio por demostrarse falso. Pero el daño ya estaba hecho y los antivacunas tenían dónde agarrarse. Actualmente, las caras más visibles del movimiento tienen, diríamos, poca credibilidad científica, pero mucha tirada mediática: Chuck Norris en EE UU y Teresa Forcades en nuestro país.
La vacunación, es evidente y reconocido por el personal sanitario, conlleva riesgo de sufrir efectos secundarios (febrícula, dolor por el pinchazo) y puede causar reacciones no deseadas en una parte muy pequeña de la población. Pero son riesgos menores comparados con los que se deberían asumir si no nos vacunáramos. No consigo entender cómo hay gente que se niega a ello. La evidencia de los efectos positivos de elaborar un calendario de vacunación obligatorio para la población es tan grande, que quien lo niegue no es que sea un escéptico, es que es un ignorante.
De momento, a nivel mundial, solo se ha conseguido erradicar la viruela y la OMS ha elaborado un Plan de Acción Mundial sobre Vacunas (2011-2020) con el propósito de mejorar la salud de todos los habitantes del planeta extendiendo la vacunación. Así mismo, la OMS ha publicado un documento desmintiendo las falacias que promulgan los antivacunas. Es de interesante y reconfortante lectura: http://www.who.int/features/qa/84/es/index.html
Mi tía sufrió la polio porqué nació antes de 1954, año en que Jonas Salk creó la vacuna en EE UU. Hoy en día se considera erradicada en España pero durante los años 1956 y 1963, un año antes de la vacunación generalizada, se calcula que unas 12.000 personas resultaron infectadas (hoy en día, los supervivientes, presentan graves secuelas por la enfermedad) aunque otras 200.000 si que fueron vacunadas: las autoridades sanitarias franquistas hicieron una vacunación selectiva entre las familias más ricas o más cercanas al régimen en lo que se ha comprobado ya como una negligencia sanitaria. Lo narra el documental de producción catalana "Polio, una negligència documentada". Son 12.000 casos de polio que se pudieron haber evitado (se calcula que de ellos murieron más de 1.500). Me gustaría escuchar qué tienen que decir los antivacunas sobre esto. Dejemosles que hablen. A ver cómo defienden su escepticismo.