Los papeles de cada parte están claros y ahora llega la hora de actuar: los gobernantes y los partidos constitucionales deben buscar el diálogo y el acuerdo, pero también tienen que aplicar la ley e impedir que el golpe de Estado catalán sea consumado; la Justicia tiene que vigilar y cerrar el paso a la delincuencia política oficial catalana; los empresarios catalanes deben decidir si conservan o pierden el mercado español y las ventajas de ser empresas de la Unión Europea; las fuerzas de defensa deben situarse en alerta, por si fuera necesaria su intervención y los ciudadanos deben presionar a todos para que sean decentes y demócratas y mostrar, al comprar productos, su rechazo a la conspiración de odio que se despliega en Cataluña.
Es la hora de la verdad para todos, pero esa hora de la verdad sorprende a España desarbolada por la bajeza de su política, por la ausencia de verdadera democracia y por la confusión, el cansancio y la indignación de unos ciudadanos que se sienten expulsados de la política e ignorados por las clases dirigentes.
Carlos Puigdemont, presidente de la Generalitat elegido "a dedo" por un resentido y cargado de odio Artur Mas, es el autor de una frase escalofriante: "Los invasores serán expulsados de Cataluña". Lógicamente, se refiere a los españoles. Sus primeros pasos confirman su línea beligerante. Al tomar posesión de su cargo de presidente lo hizo sin mencionar la Constitución ni la debida lealtad a la Corona, símbolos del Estado español.
Las líneas rojas están siendo cruzadas, mientras España está desarbolada y débil. Toda una desgracia.
Ante el bloqueo institucional y la incapacidad manifiesta de la clase política, que no da la talla, el papel de protagonismo corresponde a la sociedad civil, que en democracia debe servir como contrapeso y alternativa al poder político. Pero en España la sociedad civil ha sido ocupada, asfixiada y castrada por los políticos, que la han desmantelado y se han adueñado de sus grandes pilares: universidades, medios de comunicación, asociaciones, iglesias, fundaciones, sindicatos, colegios profesionales, etc.
El laberinto español es terrible y el desamparo del país, sin una clase dirigente a la altura, es sobrecogedor.
Los ciudadanos tampoco están a la altura. Llevan tanto tiempo sometidos a reeducación por parte del poder que están confundidos, embrutecidos y sin capacidad de reaccionar y exigir solvencia y decencia a sus dirigentes, que son, probablemente, los peores de Europa y sólo comparables en incapacidad, corrupción y mal liderazgo a países subdesarrollados del Tercer Mundo.
Internet es un hervidero donde las provocaciones se mezclan con la lucidez, la especulación y el demoledor trabajo de los trolls, muchos de los cuales están pagados por partidos políticos que se están comportando como máquinas de tiranía y opresión. El conjunto del ciberespacio es tan corrupto y antidemocrático como la vida misma y, aunque existen la luz y la decencia, cada día es mas difícil percibirla y aislarla de la basura.
No hay otra salida que incrementar el activismo de los ciudadanos conscientes y dispuestos a exigir una democracia verdadera, liberadora y salvadora. No existe otra receta eficaz para España que lograr una verdadera democracia, no el engendro corrupto y sucio que crearon los partidos políticos, para su propio beneficio, tras la muerte de Franco, un sistema que, con el transcurso del tiempo, ha demostrado su baja calidad e ineficacia.
Mientras todos pelean y la ciudadanía es presa de angustia y desesperación, se está demostrando algo sorprendente e insólito: sin gobierno y con los políticos sin plena capacidad de dominio, el país funciona mejor. Eso suele ocurrir en sociedades podridas y condenadas a soportar dirigentes sin grandeza ni mérito. En Italia, un país que ha "disfrutado" de largas temporadas sin gobierno, hay un dicho popular que lo explica todo: "No hay gobierno, buen gobierno".