Artículo completo en el Diario de la Bahia de Cádiz
A Agustín y Maribel dueños de la historia
Los treinta y cinco centímetros de perro siempre hacia lo mismo, tres vueltas a la izquierda, culo abajo y meaba, tres vueltas a la derecha culo abajo y cagaba. Esta vez tocó girar a la izquierda, y en lugar del suelo se meó encima de una sandalia que llevaba más de media hora debajo de aquel paso sin santo.
Una hora antes, Agustín, Maribel, su pareja, y un grupo de amigos, cruzaban el Campo del Sur en dirección al Pópulo. En la oficina de turismo les habían informado que dentro de una iglesia había una exposición de arte sacro, el grupo de visita a Cádiz la incluyó en la ruta.
Agustín es una de esas personas que no creen en dios, pero no es que no crea en este dios, no cree ni en este ni en ninguno, es de esas personas que creen que las religiones son el opio de pueblo, y además está un poco saturado de los circuitos culturales que le hacen pasar por templos religiosos, hoy ya había cumplido el cupo de este tipo de visitas con el recorrido por la iglesia del Carmen y la catedral.
Cuando el grupo de amigos entra a la iglesia del Pópulo, él se disculpa y se queda leyendo el periódico local sentado en el bordillo a la sombra junto al portalón que flanquea la entrada lateral del templo. Entre la página cuatro y cinco, una voz se dirige a Agustín -¿nos puedes ayudar un momento?-
Se levantó del tirón, como si tuviera muelles en las piernas. Agustín todo lo que tiene de agnóstico lo tiene de solidario, la palabra ayuda es para él más que sagrada.
Al salir de la iglesia, la visita culturoreligiosa duró menos del estándar, no vieron a Agustín. Alguno se acerco a la esquina, otra volvió sobre sus pasos para comprobar que no había entrado al templo, el resto observaba las maniobras de un paso sin santo saliendo del portalón que flanquea la entrada lateral del templo.
El paso sin santo, estaba como sin terminar, sin pintar, sin flores ni cirios. Pasaba holgadamente por el portalón en dirección a la calle de forma torpe encima de diez pies, que sin sincronizar se movían haciendo "bailar" el paso, aunque más parecía el vaivén de las barcas de la Caleta un día de temporal.
Todo el disconjunto en movimiento es "ordenado" por un chaval de no más de quince años, proyecto de capataz, que con voz nada convincente intentaba evitar que la piedra de la pared entrara en contacto con la madera del paso, mientras, su voz es absorbida por los gritos que salen de debajo, "adelante" , " uno a la derecha" , y alguno se paraba o intentaba desplazarse a la izquierda.
El grupo de amigos observa este espectáculo único de "salida de un paso" entre sonrisas y miradas cruzadas de asombro compartido, ahora el aprendiz de capataz ordena parar el paso. Una vez el paso en el suelo, empiezan a salir piernas por todas partes, adquiriendo el conjunto cierto aspecto de cangrejo al sol.
Maribel sustituye las gafas del sol por las gafas de leer, un perro de no más de treinta y cinco centímetros se acerca y gira tres veces a la izquierda. Maribel marca el número de Agustín.
El perro se mea encima de una sandalia cansada debajo del paso. Se escucha un politono entre las piernas, "si los curas y monjas supieran.." , un " !me cago en to, el puto perro!.
Como San Pablo, Agustín acabó por los suelos después de su contacto con las cosas del cielo, pero mientras el primero escuchó una voz interior que le preguntaba ¿Porqué me persigues Saulo? , Agustín escuchó una voz que le decía entre risas ¿ Que haces ahí abajo?, era la de Maribel.