Que estas contradicciones y paradojas surjan en personas fanáticas y en absoluto tolerantes es lo esperado, pero que las mantengan gente que conoce los ámbitos en que se circunscriben estos derechos, es, a estas alturas, sorprendente, cuando no preocupante. Es más, que, desde determinados sectores sociales, se considere ofensivo a sus sentimientos religiosos una manifestación contraria a la existencia de una capilla religiosa en un recinto universitario es relativamente coherente con sus creencias y actitudes. Pero que desde un medio de comunicación se haga campaña en contra de una resolución judicial porque falla la absolución de una manifestante, acusada de un delito contra esos sentimientos, no sólo es claro ejemplo de periodismo amarillista y fanático, sino también casi de desacato, ya que tilda la sentencia de “política” y parcial por no “proteger” tales sentimientos religiosos, como si estos tuvieran mayor preponderancia que los de libertad de expresión, opinión y manifestación reconocidos a todos los ciudadanos sin distinción, posean sentimientos religiosos o no.
Los más acérrimos, intolerantes y fanáticos practicantes del catolicismo patrio, auténticos herederos del nacionalcatolicismo que desearían continuara imponiéndose por la fuerza de la ley a la totalidad de la población española, estiman un auténtico ultraje esa manifestación y tachan de profanación el hecho de rodear el altar para lanzar consignas, ya que para ellos se trata de un lugar sagrado donde sólo un cura puede oficiar a los feligreses. Para tales personas, que las hay, es totalmente intolerable que se cuestione el proselitismo religioso en una universidad. Y se sienten profundamente ofendidas. Confiaban en un severo castigo judicial que lave sus ofensas. Tal reprimenda no se ha producido y se rebotan contra la decisión de la Justicia. Que la crítica a la permanencia de espacios reservados a las creencias en los ámbitos universitarios sea catalogada como “saña anticatólica” por esos fanáticos no deja de ser una muestra de su fanatismo radical y nostálgico de épocas inquisitoriales. Pero que un medio de comunicación moderno, aunque sea conservador, considere la sentencia de “política” y “oportunista” porque no estima delictivo el ejercicio del derecho de manifestación, raya en el desacato y la falta de respeto a la Justicia.
La única impunidad que cree ver en este asunto ese medio no es la parece conceder la Justicia a la imputada para seguir manifestándose, sino la que el propio medio disfruta para tergiversar y criticar decisiones judiciales cuando no son conformes a sus criterios e ideas particulares. Flaco favor se hace a la democracia cuando las decisiones judiciales son instrumentalizadas por la diatriba política y la mercantilización mediática.