Por Carlos Altavista
Los hombres y mujeres de a pie van por la vida, desde hace mucho tiempo, con mucha bronca y con un gran problema añadido: no saben exactamente porqué y no pueden visualizar quién/quiénes son los responsables de ese mal vivir que los acompaña casi todo el tiempo. Entonces, descargan en quien está a mano, por caso el vecino, el conductor de otro automóvil o del colectivo, el empleado de la oficina a la que fueron a realizar un trámite o la cajera del supermercado. Y, claro está, el gobierno de turno.
No obstante, quisimos ir más a fondo. Acercarnos, al menos un poco, a las causas profundas de ese malestar que en los últimos tiempos tornó en hartazgo, en claro desmedro de nuestra calidad de vida.
Es que… ¿No será que nos criaron y educaron para vivir en un mundo que ya no es? ¿Dónde quedaron los valores y certezas que nos transmitieron desde pequeños? ¿Dónde quedó aquello de que los hijos siempre estaban mejor que los padres, que trabajando y con esfuerzo vendría la casa, el auto y las vacaciones cada verano? ¿No será que alguien mucho más grande que el gobierno de turno (el de ayer, el de hoy y el que vendrá, sin quitarles responsabilidad) nos pateó el tablero sin avisarnos y estamos viviendo en medio de lo que quedó?
El ex profesor de Teorías de la Comunicación de la UNLP, Alfredo Torre, allá por 1993 -o sea que esto viene de lejos- explicaba que hasta 1989 la gente vivía con una certeza: del otro lado del muro (de Berlín) estaban «los malos» y de este lado, «los buenos». Listo, basta de pensar.
Pero lo más importante, agregaba, era que para que las personas de “este lado” así lo creyesen tenían que vivir medianamente bien, y de allí que se crearon los Estados de Bienestar que garantizaban la movilidad social ascendente, el trabajo “para toda la vida”, la casa, el autito, las vacaciones, una buena escuela pública y demás.
¿Y cuando el muro cayó? ¿Dónde estaban los malos y dónde los buenos? Si habían ganado quienes en teoría eran los buenos de la película, ¿cómo era posible que el mundo y nuestra calidad de vida se degradaran a semejante velocidad? Confusión total. Y, por ende, proliferación de raras creencias nuevas.
“La gran fragmentación social de nuestro país no es casual. La dictadura y los neoliberales 90’s modificaron profundamente nuestra estructura social, unificando a las minorías dominantes, por un lado, y dividiendo a las grandes mayorías populares desde lo ideológico y lo material, por el otro”
Volvamos a nuestro hostil día a día. De un tiempo a esta parte, cada día se escuchan más frases del tipo “me quiero ir a vivir al medio del campo”, “este país me tiene podrido”, “así no se puede vivir más”, “tené cuidado si manejás porque la gente está reloca”, “un día de estos reviento el celular contra la pared”, “en este país nada funciona (o todo funciona mal)” y muchas otras por el estilo.No son nuevas. Pero se han intensificado y, como se dijo, extendido en los últimos años, dando cuenta de un creciente hartazgo social. Ahora bien, ¿hartazgo de qué? ¿Cuáles serían las causas profundas de ese fenómeno? ¿En qué medida la pandemia ayudó a profundizarlo? ¿Se perdieron las certezas? ¿Qué se podría hacer para evitar que esos sentimientos se canalicen negativamente? ¿Cuánto peso tienen los permanentes mensajes de la TV y las redes sociales que dividen/polarizan a la sociedad?
Hay un desencanto muy grande y la mayoría no encuentra la salida, o bien la busca en propuestas irracionales, mesiánicas.
90lineas.com le hizo este planteo a tres profesionales de la Universidad Nacional de La Plata para que nos ayuden a acercarnos a la raíz del problema: la psicóloga, docente e investigadora Carla Giles, el trabajador social y también docente e investigador José Arlegui, y la comunicadora social e integrante de los equipos técnicos de comunicación de la UNLP, Brenda Castro.40 años y… Otro mundo
Y subrayan: “Algo es seguro, el mundo de los Estados de Bienestar más propios del siglo XX ya no existe. Las certezas construidas históricamente en relación a la seguridad económica y el progreso social están en crisis por el despliegue de un proyecto financiero transnacional, de escala global, que en nuestro país se impuso generando históricos niveles de desigualdad y pobreza que aún no podemos revertir”.
(Vale aclarar que un proyecto financiero es aquel que no contempla el trabajo y la producción como generadores de riqueza, sino la especulación pura y dura. Por lo tanto, ganan unos pocos. Los hombres y mujeres de a pie no están invitados a esa «fiestita»).
“Hay grandes divisiones entre trabajadores asalariados y trabajadores de la economía social, por ejemplo. Y aunque ambos están cada vez más excluidos del mundo, para los primeros la culpa es de los segundos y para los segundos la culpa es de los primeros”
Carla, Brenda y José explican que “las formas de trabajo y de producción, los sentidos del orden social, el lugar del Estado en la sociedad, las dinámicas de la información y la manera de vincularnos se han trastocado profundamente sin encontrar nuevas representaciones u horizontes que las puedan reemplazar para que, a partir de allí, podamos proyectar un futuro compartido para la humanidad o, siendo menos ambiciosos, para nuestras propias comunidades nacionales”.
He aquí un enfoque clave: “Los horizontes que proyectamos son los mismos que hace 40 años: un trabajo registrado, la casa propia, el auto, una obra social. Pero las bases materiales que lo hacen posible se encuentran trastocadas por la hegemonía de lo financiero, que excluye de derechos a grandes franjas de la sociedad y, en el mismo movimiento, oculta sus responsabilidades apostando a un individualismo irracional que sólo puede provocar frustración e incapacidad de proyectar la vida en comunidad”.
(En buen cristiano: el responsable primero y principal de la tremenda degradación de nuestra calidad de vida no es visible para los hombres y mujeres de a pie. Es muy grande y poderoso, y si bien tiene “delegados” en nuestro país, son igualmente intangibles. No se los saca del medio con un voto, por ejemplo. Entonces, me la agarro con la vida, el vecino o ese tipo que tuvo la osadía de cruzarme el coche).
La fragmentación social no es casual
“La complejidad radica en la gran fragmentación social que sufre nuestro país, que no está dada de manera casual. La dictadura cívico-militar y los neoliberales años 90 (más su extensión entre 2015 y 2019) modificaron profundamente nuestra estructura social unificando a las minorías dominantes y, fundamentalmente, dividiendo a las grandes mayorías populares desde lo ideológico y desde lo material”, especifican.
(Un solo ejemplo entre miles: la privatización de la educación no en forma directa sino a través de la pauperización de la escuela pública, que se convirtió en “la escuela de los pobres”. Y la privada, en la de las clases medias y, cada vez más, sectores bajos que quieren escapar de los márgenes al menos simbólicamente).
Añaden los profesionales de la UNLP: “Si a eso le sumamos que en lo discursivo el peso siempre recae sobre el individuo, único encargado de su progreso y su escalada social aunque sin posibilidades económicas que lo dejen proyectar otro futuro, la reacción lógica es el hartazgo. Es la pelea, la competencia y los codazos con el que está en similares condiciones”.
“Hay grandes divisiones entre trabajadores asalariados y trabajadores de la economía social, por ejemplo. Y aunque ambos están cada vez más excluidos del mundo, para los primeros la culpa es de los segundos y para los segundos la culpa es de los primeros”.
Yo no fui
“El gran triunfo del capitalismo financiero fue ocultar sus responsabilidades y trasladarlas hacia abajo, responsabilizando al conjunto de la sociedad y, así, legitimando en el mismo movimiento la supuesta ‘elección de la desigualdad’, como si fuera una elección individual y todos tuviéramos las mismas oportunidades”, resaltan Carla, Brenda y José.
“La pandemia no inventó nada nuevo. Sólo aceleró los tiempos de la crisis y dejó caer el velo de una ‘normalidad’ donde lo que ya reinaba y reina es la desigualdad y el sálvese quien pueda”
“Sumado a esto -agregan-, el rol de los medios estereotipa la pobreza como buena o mala, propiciando la segregación y segmentación de la sociedad con el miedo a perder lo material en manos de ‘ese que menos tiene’”.
“El poder mediático ha tenido una gran responsabilidad en esta pelea desde el inicio y ha garantizado incrementar las desigualdades sociales. Ha logrado aislarnos. ¿Cómo? Acelerando los tiempos del consumo y aparentando una falsa inmediatez, borrando los límites del encuentro con el otro, bombardeando con información y desinformación y, a su vez, hiperconectándonos a través de las redes sociales, en las que la tolerancia es palabra desconocida porque justamente se nutren del odio”.
El rol de los medios y las redes (anti)sociales
“El poder mediático tuvo gran responsabilidad en esta pelea desde el inicio y garantizó el incremento de las desigualdades sociales. Logró aislarnos (…) bombardeando con desinformación e hiperconectándonos a través de las redes, donde la tolerancia es palabra desconocida porque justamente se nutren del odio”
“La pandemia no inventó nada nuevo. Sólo aceleró los tiempos de la crisis y dejó caer el velo de una ‘normalidad’ donde lo que reina desde hace mucho tiempo es la desigualdad y el sálvese quien pueda. Pero también aceleró los tiempos de hacia dónde se va a definir la transición histórica que atravesamos. Mucho de lo sucedido se desarrolló de una forma mucho más rápida de la que las personas podemos asimilar, metabolizar”, señalan.
“El capital financiero no tiene para proponer un horizonte donde entremos todos. En su esquema sobramos muchos. Y sólo algunos privilegiados tendrán lugar. Para el resto, la violencia de la exclusión. Y ante la imposibilidad de mostrar un futuro para todos, cultivan la desesperanza, la frustración y la bronca”.
Quién dijo que todo está perdido
“Pero también, en el horizonte aparecen alternativas productivas, de solidaridad, de reconocimiento de las identidades nacionales, de fortalecimiento de las comunidades”, aseveran. “Es necesario revertir este proyecto de exclusión que lleva décadas consolidándose para poder proyectar un futuro compartido. De las acciones de cada uno de nosotros, en cada uno de los espacios que transitamos, depende el porvenir; de la capacidad de reflexión crítica de nuestras propias acciones e intervenciones; de volver a construir vínculos solidarios”, remarcan.
“Cuando todo es frustración, individualismo y puro presente, el hartazgo domina y ordena; pero cuando emerge la esperanza y lo común, el hartazgo se desvanece para dar lugar a la empatía y los sueños”
“Hay grandes mayorías que hoy no llegan a visualizar otras posibilidades. Están allí, expectantes, esperando el momento para salir a la superficie y dar vuelta la historia. Y en eso está el desafío de quienes construimos cotidianamente vínculos en diferentes instituciones, territorios y espacios. Hay otra alternativa al hartazgo y el caos. En definitiva, ante tanto bombardeo desesperanzador y arrasador, es necesario reconstruir el mito comunitario y mostrar otro horizonte posible, para que de la crisis salga la esperanza y otro mundo posible. Que la bronca se transforme en abrazo, en espalda con espalda, en codo con codo entre quienes necesitamos trabajar y de los otros para vivir”, concluyen Carla Giles, José Arlegui y Brenda Castro.
Carlos Altavista