Cuando se lee en la contraportada de un libro que nos encontramos ante la ópera prima de un autor pueden suceder dos cosas: la más habitual, que nos hallemos ante un volumen imperfecto y titubeante, que casi implora perdón con el recurso a esa fórmula; la menos frecuente, que se trate de una obra cuajada, rotunda y alejada de los caminos trillados. El libro de relatos Que la ciudad se acabe de pronto, del que es autor Trifón Abad y que ha sido publicado por el sello Malbec, pertenece sin vacilaciones al segundo bloque: es un volumen admirable.Y lo es por varias razones: una elección de temas que se salen de lo corriente (cocheros que encuentran cadáveres que luego venden a anatomistas, distopías futuristas basadas en la exaltación del silencio, niños entusiasmados con las moscas, venganzas indígenas que se prolongan en el tiempo), una construcción textual que asombra por su perfección, ritmos narrativos que tienen un aroma clásico y, en fin, unos personajes que, con apenas tres o cuatro pinceladas, quedan impresos en la mente del lector.Trifón Abad sabe lo que se hace, esto no admite dudas. No incurre en aspavientos culturalistas, ni adopta una pose de iconoclasta, ni se dedica a torpedear nuestros ojos con relatos “provocadores”. Tampoco elabora una solapa pretendidamente graciosa, ni aporta una foto epatante de sí mismo. Lo normal cuando nos topamos con ese tipo de exhibiciones es deducir que el autor no está demasiado convencido de que su literatura sea capaz de defenderse sin apoyos. Pero él no. Trifón Abad (a quien no tengo el gusto de conocer, por cierto: que nadie piense en alabanzas amistosas) lleva a cabo lo más arduo, lo más ingrato, lo más difícil: se preocupa de escribir unos textos maduros, serenos, aquilatados; unas catedrales que tienen hermosa fachada, pero también una arquitectura solemne y duradera. Y luego los pone en nuestras manos.A mí esta propuesta me parece muy convincente, y estoy seguro de que no me perderé su siguiente obra. Les recomiendo que hagan lo mismo.
Cuando se lee en la contraportada de un libro que nos encontramos ante la ópera prima de un autor pueden suceder dos cosas: la más habitual, que nos hallemos ante un volumen imperfecto y titubeante, que casi implora perdón con el recurso a esa fórmula; la menos frecuente, que se trate de una obra cuajada, rotunda y alejada de los caminos trillados. El libro de relatos Que la ciudad se acabe de pronto, del que es autor Trifón Abad y que ha sido publicado por el sello Malbec, pertenece sin vacilaciones al segundo bloque: es un volumen admirable.Y lo es por varias razones: una elección de temas que se salen de lo corriente (cocheros que encuentran cadáveres que luego venden a anatomistas, distopías futuristas basadas en la exaltación del silencio, niños entusiasmados con las moscas, venganzas indígenas que se prolongan en el tiempo), una construcción textual que asombra por su perfección, ritmos narrativos que tienen un aroma clásico y, en fin, unos personajes que, con apenas tres o cuatro pinceladas, quedan impresos en la mente del lector.Trifón Abad sabe lo que se hace, esto no admite dudas. No incurre en aspavientos culturalistas, ni adopta una pose de iconoclasta, ni se dedica a torpedear nuestros ojos con relatos “provocadores”. Tampoco elabora una solapa pretendidamente graciosa, ni aporta una foto epatante de sí mismo. Lo normal cuando nos topamos con ese tipo de exhibiciones es deducir que el autor no está demasiado convencido de que su literatura sea capaz de defenderse sin apoyos. Pero él no. Trifón Abad (a quien no tengo el gusto de conocer, por cierto: que nadie piense en alabanzas amistosas) lleva a cabo lo más arduo, lo más ingrato, lo más difícil: se preocupa de escribir unos textos maduros, serenos, aquilatados; unas catedrales que tienen hermosa fachada, pero también una arquitectura solemne y duradera. Y luego los pone en nuestras manos.A mí esta propuesta me parece muy convincente, y estoy seguro de que no me perderé su siguiente obra. Les recomiendo que hagan lo mismo.