Acodadas en nuestros respectivos carritos, hablando de la vida, de algunas cosas que habían pasado en estos años desde que abandonamos el colegio. Años en los que mi hermana y yo conocimos el cáncer en la familia, nos titulamos en la misma facultad, pero en carreras distintas, quisimos, tal vez nos quisieron, fuimos de boda. Nacieron sus sobrinas. Los años definitivos, en los que te forjas como mujer y con suerte como profesional. Quieres y a veces dejas de hacerlo, otras te rompen a ti. No basta con vivir el amor como a los 20, a veces todo es una carrera de obstáculos, y no puedes correr feliz como un potro desbocado porque tarde o temprano te asomas al precipicio de la dura realidad.
En un momento ella me preguntó, "Rebeca fue una niña feliz conmigo, ¿verdad?". Entonces, en los primeros años de la desaparecida EGB, mi hermana era muy tímida y retraída, pero adoraba a su maestra. Y su maestra a ella, sospecho. Porque era una cría también tranquila, complaciente y cariñosa. Y le dije con rotundidad "Claro que sí, por supuesto".
Nos despedimos pero me quedé en el pasillo, pensando en lo felices que hemos sido mis hermanos y yo en el colegio. Niños obedientes y estudiosos, dichosos en aquella burbuja que nos protegía del mundo. O era la edad la que nos mantenía incorruptos, luego la realidad te salpica y pierdes frescura e inocencia. Conoces el sufrimiento. Eso es la vida. Y va muy en serio, aunque a veces pretendamos bromear con ella.