Ya comenté hace unos días que la editorial Malpaso me envió los dos libros de Kurt Vonnegut (Indianápolis, 1922 – Nueva York, 2007) que han editado, el de relatos La cartera del cretino y éste que comento hoy –qué gran título, por cierto-, Que levante mi mano quien crea en la telequinesis. Un libro que no deja de ser curioso, ya que en él están recogidos algunos de los discursos que dio Vonnegut, principalmente en universidades norteamericanas, siendo contratado para despedir a los recién graduados de ese año. El conjunto incluye ocho discursos dados en universidades a recién graduados y uno más pronunciado con ocasión del premio Carl Sandburg, que parece funcionar por contraste con los otros, ya que su tema es No te aflijas si nunca fuiste a la universidad. Para terminar el volumen nos encontramos con algunos aforismos de Vonnegut (entre ellos el que da título al libro).
Dan Wakefield, que fue amigo de Vonnegut, escribe el prólogo, y, teniendo en cuenta las páginas que el lector se encontrará más tarde, se deja contagiar por el estilo humorístico de su amigo. En el prólogo nos encontramos ya con alguna anécdota divertida sobre el carácter de Vonnegut: “Estaba orgulloso de la educación recibida en el instituto de Shortridge, donde había trabajado para el periódico escolar, The Daily Echo, como al cabo de una década hice yo también. Cuando un entrevistador le preguntó: «¿De dónde saca usted ideas tan radicales?», Kurt le respondió, orgulloso y sin dudarlo: «De la escuela pública de Indianápolis». Wakefield nos cuenta también que cuando Vonnegut ya se había convertido en un escritor reconocido recibía bastantes encargos para pronunciar discursos de graduación en universidades, pero mientras que otros colegas solían tener un discurso preparado y simplemente cambiaban el nombre de la universidad, Vonnegut elaboraba cada vez uno nuevo.
Es cierto que todos los discursos recogidos en este libro son diferentes pero reflejan algunas obsesiones y referentes comunes. En realidad las páginas que el lector se va a encontrar en Que levante mi mano quien crea en la telequinesis guardan bastante relación con el pequeño ensayo titulado El último de Tasmania que aparece en La cartera del idiota.
Como ya hiciera en su mítica novela Matedero cinco, Vonnegut dedica bastantes palabras en sus charlas a universitarios a prevenirles contra los males de la guerra. El discurso más antiguo es de 1978 y el más moderno de 2004; abundan las fechas de finales de los 90 y principios del siglo XXI. Normalmente, cuando pronuncia sus palabras ante personas de poco más de veinte años, Vonnegut ha pasado ya los setenta años de vida y en algún caso los ochenta. Vonnegut está de vuelta ya en estos discursos y no tiene demasiados problemas en hablar bastante claro a las nuevas generaciones: alguien os dirá que necesitáis ritos de paso para convertíos en adultos, a las chicas os dirán que os convertiréis en mujeres cuando tengáis un hijo y a los chicos cuando vayáis a la guerra. No tenéis que creerles, sobre todo con lo de ir a la guerra como rito de paso, y para reafirmar sus palabras maldice a uno de sus tíos de Indianápolis, que era de esta opinión, y ensalza a otro de ellos, que invitaba a todo el mundo a disfrutar de los placeres sencillos de la vida, como sentarse debajo de un árbol a beber limonada, y a celebrar esa felicidad en voz alta. Las guerras de las que hablará irán desde la II Guerra Mundial –en la que él combatió-, pasará por la de Vietnam, y llegarán hasta las Guerras del Golfo.
Jesucristo le interesa, pero principalmente su lado humano. Para él si fue o no el hijo de un Dios es irrelevante frente a su mensaje de acercamiento entre los hombres. En casi todos los textos, Vonnegut acaba haciendo referencia al Sermón de la Montaña: la mirada compasiva hacia los demás debería dirigir nuestros actos. Incluso al simpático abuelo Vonnegut le da tiempo a despotricar más de una vez contra el aislamiento al que nos puede conducir internet.
Creo que lo mejor será reproducir algunas de las palabras de Vonnegut:
“Puede que algunos sepáis que soy un humanista, un librepensador, como lo fueron mis padres, mis abuelos y mis bisabuelos… Por consiguiente, no soy cristiano. Y siendo un humanista honro a mi madre y a mi padre, conducta que está muy bien según nos dice la Biblia. Pero os digo en nombre de mis antepasados americanos: si lo que dijo Jesús estaba bien (y gran parte de ello era de una extraordinaria hermosura), ¿qué más da si era o no era Dios? Si Cristo no hubiera pronunciado el Sermón de la Montaña, con su mensaje de piedad y compasión, yo ni siquiera desearía ser humano.” (pág. 33)
“Cuantos de vosotros habéis tenido un profesor, en cualquier fase de vuestra educación, que os haya hecho sentir más contentos de estar vivos, más orgullosos de vivir, de lo que antes hubierais creído posible? Levantad la mano, por favor. Ahora bajadla y decidle el nombre de ese maestro a otra persona y explicadle lo que el maestro hizo por vosotros. ¿Ya está? Pues no me digáis que esto no es bonito.” (pág. 41-42)
“Os confiaré lo que otro matusalén me dijo. Se trata de Joe Heller, el autor, como ya sabéis, de Trampa 22. Estábamos en una fiesta ofrecida por un multimillonario en Long Island y yo le pregunté: «Joe, ¿qué sientes al darte cuenta de que nuestro anfitrión probablemente ganó ayer más dinero que el recaudado por tu novela, uno de los libros más populares de todos los tiempos, a lo largo de los últimos cuarenta años». Y Joe replicó: «Pero yo poseo algo que él nunca tendrá». «¿A qué te refieres, Joe», le pregunté. Y él me dijo: «La tranquilidad de saber que tengo bastante». (pág. 45-46)
“Ya sé que no existe la más mínima posibilidad de que América se convierta en humanista y razonable. Ello se debe a que el poder nos corrompe y a que el poder absoluto nos corrompe por completo. Los seres humanos son chimpancés borrachos de poder. Yo mismo he experimentado esa intoxicación: llegué a cabo en el ejército. Al decir que nuestros líderes son chimpancés embriagados por el poder, ¿acaso me arriesgo a minar la moral de esos hombres y esas mujeres que combaten y mueren en Oriente Medio. Su moral, como muchos de nuestros cuerpos, ya está hecha añicos. Se les trata, a diferencia de a mí, como los juguetes que le caen a un niño rico por Navidad. Pero dejarme decir algo. Por corruptos y codiciosos que puedan llegar a ser el Gobierno y las grandes empresas y los medios de comunicación y Wall Street y las organizaciones religiosas y caritativas, la música siempre será maravillosamente perfecta.” (pág. 61-61, discurso pronunciado en 2004, cuando Kurt Vonnegut tenía ya más de ochenta años).
Que levante la mano quien crea en la telequinesis me ha parecido (pese a alguna inevitable repetición de ideas entre un discurso y otro) un conjunto de textos bastantes simpáticos, donde Kurt Vonnegut se muestra como un hombre afable, un humanista preocupado por el mundo en el que vive, celebrador del arte y del humor. Una de esas personas a las que uno le gustaría tener como amigo.