Un amor no correspondido es tan doloroso como sentir sobre el cuerpo los aguijonazos de un centenar de avispas. Entregar todo y recibir nada es lacerante y el dolor sobrepasa a veces lo explicable. Dios sabe de qué se trata esto, él ha sufrido muchas veces la desatención y la ignorancia de aquellos que son objetos de su amor.
En Isaías cinco se relata uno de esos episodios. El profeta cuenta una historia sobre un viñador esmerado, que hace todo a su alcance para que su viña prospere y dé un excelente fruto. En primer lugar, la sembró sobre una ladera fértil, La cercó y la despedregó para que las vides pudieran echar raíces y sus troncos engordaran con robustez. La plantó de vides escogidas, puso una torre en medio de ella y un lagar con la confianza de que iba a dar mucho fruto, pero dio apenas uvas silvestres, ácidas e inútiles. El viñador del relato llama a los vecinos de Jerusalén y a los varones de Judá para preguntarles ¿qué más podría haber hecho? El silencio fue la respuesta, porque no se puede hacer más a favor de algo o alguien cuando se ha hecho todo.
El viñador tiene entonces que tomar una difícil decisión: quitar el vallado, aportillar la cerca, dejar de podar las vides, permitir a los espinos y abrojos que fructifiquen a su alrededor y hasta prohibir que la lluvia riegue el terreno. Ello causará que la viña sea hollada, consumida y la tierra seca deje de entregar nutrientes, lo que propiciará su muerte a corto plazo. Al final, en los versículos siete y ocho, Isaías, con voz profética, devela los personajes reales detrás de esta dramática historia. Dios es el viñador gentil que pone sus esperanzas en la viña, que es su pueblo escogido. Hace todo a su alcance para que su viña prospere, así que espera justicia, pero solo recoge vilezas. Está decepcionado y no puede continuar invirtiendo en lo que no produce, así que retira todo lo que antes entregó, lo que causará la desaparición de la viña tal cual existía hasta el momento.
Sabemos que esta es una historia del Antiguo Testamento y podríamos suponer que no existe paralelo alguno en nuestra contemporaneidad al respecto, pero no es así. En el Nuevo Testamento Dios también es comparado con un labrador que tiene una vid que es Cristo, los pámpanos somos nosotros los creyentes, y todo pámpano que no lleve fruto el labrador lo quitará: “Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el labrador. Todo pámpano que en mí no lleva fruto, lo quitará; y todo aquel que lleva fruto, lo limpiará, para que lleve más fruto” (Juan 15:1,2). Los principios contenidos en ambos pasajes son similares, Dios no puede sostener a una viña, ni mantener unos pámpanos inservibles, no sería justo, ni sabio, ni coherente consigo, pues él ha hecho su parte y lo lógico es que haya reciprocidad en esto. En Apocalipsis 2:5, el Señor llama a la iglesia en Éfeso al arrepentimiento, o de no hacerlo le removería de su lugar. Dios es amor, pero también es un severo juez y “es tiempo de que el juicio comience por la casa de Dios” (1 Pedro 4:17). Juan en su mensaje para arrepentimiento dijo: “Y ya también el hacha está puesta a la raíz de los árboles; por tanto, todo árbol que no da buen fruto se corta y se echa en el fuego” (Juan 3:9).
El Señor Dios envió a su Hijo para morir por nuestros pecados. Juntamente con él nos hizo coherederos de todas las cosas. Hizo morar su Espíritu Santo en nosotros, nos dio dones y ministerios, un proyecto de vida y un destino glorioso totalmente pagado por la sangre de Cristo. ¿Qué más puede hacer el Señor? ¿Tiene acaso que soportar siempre la ingratitud de los suyos, la falta de fruto en sus servidores, el pecado deliberado de sus discípulos? Pienso que no, por ello debemos considerar nuestra andadura en la fe. Ser vigilantes acuciosos de nuestras actitudes y fiscalizar las motivaciones de nuestro servicio. Debemos dar fruto, ser productivos y así honrar a Aquel que nos tuvo por dignos eligiéndonos para ser su pueblo santo.
Él lo ha hecho todo por ti, ¿qué estás haciendo tú por él?
Por: Osmany Cruz Ferrer
Escrito para www.devocionaldiario.com