La mayoría de gobiernos de todo el mundo se encuentra con el grave problema de decidir qué exigencias atender de forma prioritaria: o aquellas derivadas del sistema democrático a corto plazo, en la mayoría de ocasiones enfocadas a mantener el poder, o las exigencias que propicia el cambio climático a corto, medio y largo plazo. Para frenar el cambio climático y minimizar los costes humanos y económicos que entrańa, los gobiernos deberían tomar una serie de medidas de carácter urgente que supondrían un cambio del modelo de vida occidental. Uno de los apartados más problemáticos y que ilustra a la perfección este dilema al que se enfrenta la humanidad es el de la energía, qué modelo energético adoptar para dar un giro a las políticas y enfocarlas a la lucha contra el cambio climático y para adaptar las condiciones de vida a los efectos inevitables que sufrirá el planeta. Hace poco el gobierno francés frenó el aumento del precio del gas y bloqueó los de la gasolina con el propósito de que el poder adquisitivo de los franceses no se viera perjudicado. Estas decisiones chocan con las exigencias medioambientales, con la escasez de combustibles fósiles y con el aumento exponencial del consumo de este tipo de combustibles por parte de los países emergentes. żHasta qué punto protege el Estado a sus ciudadanos cuando toma este tipo de medidas?
17.12.2012, ladyverd.com
La era de la abundancia energética acabó, es algo que se viene constatando desde hace décadas y casi todo el mundo está de acuerdo con ello. Sin embargo, los Estados tratan de minimizar o de maquillar esta realidad apoyando a las industrias petroleras mediante subvenciones y otro tipo de ayudas fiscales con la intención de que los precios no suban hasta el punto de amenazar el bienestar de los ciudadanos. Sin embargo, la realidad acabará imponiéndose y los precios subirán. Dada la actual situación, la única solución sería iniciar una transición energética que cambiara el actual modelo económico, basado en el crecimiento por encima de todo y que conlleva seguir recurriendo a las energías fósiles a cualquier precio.
Fotografía de J.Henry Fair, Industrial Scars La energía es para la actual economía como la sangre para el ser humano. El funcionamiento de la economía y la creación de empleo están supeditados de forma peligrosa a la energía y un aumento de sus precios puede provocar una crisis social y el bloqueo de la economía. El problema de este modelo radica en que la producción mundial supera el rendimiento energético. Por ello, pese a los esfuerzos por disminuir la intensidad “carbónica” de nuestras economías, los resultados son pobres e insuficientes para conseguir un medio ambiente adaptado a las necesidades humanas, especialmente para las generaciones futuras. El precio del barril de petróleo (el petróleo sigue representando el 80% de los combustibles que se utilizan para generar energía en el mundo) marca el destino de la actual economía. Una subida drástica provocaría escenarios difíciles de imaginar.
Quedan pues pocas alternativas: las nuevas generaciones deberían iniciar una ruptura con el actual modelo energético y, por consiguiente, con el actual modelo de crecimiento.
Una de las primeras medidas que se deberían tomar es la supresión progresiva de las subvenciones a las energías fósiles. Con ese dinero se debería invertir en obras de aislamiento de edificios, ya que está demostrado que el ineficaz aislamiento de los hogares es responsable de un 43% del consumo de energía total en Francia. Otra inversión debería dirigirse a las energías renovables centralizadas y descentralizadas.
El precio de las energías fósiles debería estar controlado mediante un método fiscal con el fin de dar a entender al mercado que hay una nueva vía abierta para el desarrollo de otras energías. Por otro lado, sería necesario instaurar un sistema fiscal verde que gravara el consumo de energías fósiles.
Para lograr una ruptura completa, se debería incitar a los consumidores a que reduzcan el consumo de productos cuya extracción y elaboración necesitan enormes cantidades de energía. Se debe fomentar la reutilización de bienes al igual que el reciclaje. Para que estas medidas o cambios de actitud sean más factibles, sería importante gravar aquellos productos fabricados con materias primas nuevas o de primera generación y favorecer el consumo de aquellos productos cuyo fabricante haya utilizado materiales reciclados o materias primas usadas. El modelo sería similar al que se le aplicaría al sector de la energía.
Todas estas medidas afectan a la economía, pero también tienen gran repercusión en el ámbito social. Conseguir una sociedad diferente a la actual significa acabar con el patrón de vida basado en el consumo, en la compra de una felicidad que sólo es real en los anuncios publicitarios, en el hiperconsumo. Para lograr una sociedad que busque el bienestar en el bien común será necesario explicar de forma honesta, con exposiciones claras y comprensibles, el reto al que se enfrenta la humanidad y las formas o hábitos necesarios de adoptar para mitigar sus dańos y construir un tipo de sociedad más justa y sostenible.
Extracto del artículo publicado por Vincent Pichon, experto en energía de BeCitizen, en el diario francés Le Monde.