Que no cese la lucha

Publicado el 22 febrero 2018 por Msnoferini

Cuando movido por H o por B te implicas en alguna lucha social –sea por el derecho a la vivienda, proteger la sanidad o las pensiones públicas, el empleo, o un largo etcétera de luchas– siempre te acabas encontrando con que en determinados momentos aparece el cansancio, la decepción y una más que posible frustración ante las dificultades de tener que batallar diariamente contra poderes y poderosos, lo que hace difícil ir más allá de conseguir ganar pequeñas batallas, y no pocas veces de manera pírrica.

La utilización de esta terminología ciertamente belicosa no es algo gratuito, dado que muchos y muchas entendemos esta dura confrontación por salvar nuestros servicios públicos y derechos se asemeja demasiado a una guerra, una silencioso guerra entre los de arriba y los de abajo, la cual desgraciadamente la estamos perdiendo los de abajo y con ello dejando en el camino un número de bajas excesivamente alto.

Estos años de estafa económica, rebautizada como crisis, han dejado a un número indeterminado de victimas pero que a buen seguro será elevadísimo, sean aquellos que se quitaron la vida para poner fin a su sufrimiento o por no poder aceptar su nueva condición de parias y apestados del sistema, sea por una prematura muerte directamente relacionada con una angustiosa situación personal o familiar, por una deficiente atención médica fruto de la falta de medios por los recortes aplicados a la sanidad pública, en un accidente doméstico relacionado con la pobreza energética, o en un accidente laboral fruto de la precariedad y explotación–. Pero luego hay un número aún más elevado de otro tipo de muertos, que son los muertos en vida, todas aquellas personas que han dejado de luchar, de implicarse en mejorar su situación y la de su entorno, aquellos que se han rendido y aceptan con resignación lo que tienen y lo que hay, siendo incluso capaces de cerrar los ojos a la miseria propia y ajena prefiriendo vivir de espaldas a la realidad. Y es por todos ellos, por nosotros mismos y por quienes vendrán tras nosotras y nosotros que no podemos rendirnos. Hemos de seguir luchando. Hemos de ser capaces de ilusionarnos con cada pequeña batalla que podamos ganar –sea parando un desahucio, haciendo visible los abusos de una empresa, evitando el cierra de la planta de un hospital, o tomando las calles para demostrar a los poderosos y a sus serviciales títeres del Gobierno que no aceptamos sus normas y recortes-.

Esta guerra será larga, y es por ello que no podemos prescindir de nadie. Cualquier persona que se quiera unir a la lucha siempre será bienvenida, pues es responsabilidad de todas y todos defender lo que es nuestro y que se consiguió gracias a la lucha de quienes nos precedieron. Y lo que no debemos hacer, ni podemos permitirnos, es delegar y confiar todo el peso de nuestras luchas en quienes se denominan representantes del pueblo o en aquellos otros que se desean atribuir la representación de la clase trabajadora (pues a una parte de estos sería para correrlos a gorrazos por cómo se han doblegado ante el capital y lo que ello a supuesto); y nunca, nunca, nunca bajemos los brazos y nos rindamos.

Que no cese la lucha, nos vemos en las calles.

MSNoferini