Se equivocan aquellos que apelan a la libertad de expresión para defender el derecho del señor Ignacio Arsuaga a pasear por Madrid proclamas de una falsedad sonrojante. No porque yo crea que no tiene derecho, que si lo tiene, sino porque de haber delito este sería para con la verdad. Probemos con esta frase: “El Sol gira alrededor de la Tierra”, o con esta otra: “La Tierra es el centro del Universo; que no te engañen”, o quizá con esta: “La sexualidad correcta es la que marcan tus genitales”. En las tres afirmaciones se pone en juego una verdad que no admite discusión. Pero afortunadamente hoy sabemos que es la Tierra la que gira alrededor del Sol, también sabemos que la Tierra es redonda y también sabemos que la sexualidad tiene un componente cultural que es imposible desdeñar, o sea que no todo es una cuestión de pollas y coños, señor Arsuaga, que está usted obsesionado.
¿Cómo vería Platón (piedra angular del pensamiento católico) la proclama del autobús? ¿Es la sexualidad una cuestión de género? ¿Aún queda alguien que piense que en la antigua Academia griega los grandes filósofos solo se dedicaban a soltar genialidades y oler flores?: que no te engañen. La verdad siempre es mucho más compleja y más oscura.
Así que no está en juego la libertad de expresión porque el autobús no está expresando nada; está interpelando directamente al receptor: que no te engañen; está diciendo qué es lo que es y qué es lo que no es: que no te engañen. Si el texto estuviera contextualizado en una obra de ficción (pongamos un guiñol de marionetas) yo sería el primero en salir en su defensa. Pero no es así, el autobús salió a la calle para explicarnos en qué consiste ser niño o ser niña. El autobús tenía una misión que no era precisamente entretener. La misión del autobús era clara: educar. Aquellos que a su vez, y dando una vuelta de tuerca al asunto bastante rimbombante, acusan a la sociedad (o la política) de tratar de educar prohibiendo la circulación del artefacto, olvidan que en este caso es el autobús el que trata de decirnos cómo son las cosas: que no te engañen.
Los titiriteros que la liaron en Febrero del 2016 pasaron 48 horas en régimen de incomunicación (tratados como terroristas) y no vi muestras de indignación en aquellos medios que ahora apelan a la libertad de expresión. Nadie sabía nada de esos dos chavales, pero el linchamiento mediático fue terrible. Si hubiera dependido de algunos locutores de radio esos dos chavales estarían aún en prisión y los responsables de la programación de aquel Carnaval defenestrados de por vida. ¿Se tuvo en cuenta entonces la libertad de expresión? ¿Qué es más peligroso un programa de adoctrinamiento o una obra de teatro? A tenor de las reacciones en estos dos casos empiezo a pensar que es mucho más influyente y peligrosa una obra de teatro que un programa pedagógico: no se si esto me gusta o me disgusta.
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