Que nos den Candelas

Publicado el 25 febrero 2011 por Cosechadel66

Para realizar esta columna, suelo buscar en diferentes medios historias sobre Madrid, su historia, sus calles o los personajes que han paseado por ellas. Es una labor divertida y llena de sorpresas y descubrimientos que hacen que merezca la pena sumergirse en periódicos, libros, revistas, webs o blogs que hablan de esta ciudad. A veces comienzo por cosas ya conocidas, y otras sigo el hilo de alguna anécdota que leo por ahí. En esta ocasión, la cosa comenzó cuando una pareja de amigos extranjeros nos estuvieron preguntando por sitios típicos de Madrid para comer. No es el caso de hacer enumeración de los que les dijimos. Para el caso nos basta decir que nos preguntaron por “Las Cuevas de Luis Candelas”, el famoso local que está en el Arco de Cuchilleros de la Plaza Mayor. Les dijimos lo que sabíamos: que a pesar de no haber ido nunca, era un restaurante típico de Madrid, y que Luis Candelas era un bandolero que utilizaba presuntamente esas cuevas como lugar de encuentro de su banda.

Imagino que a veces os pasa lo mismo. El nombre se os queda en la cabeza, vaya usted a saber porqué, y va dando vueltas como levantando carpetas de las mesas y archivos de la memoria. El caso es que esta mañana me he levantado con el amigo Candelas en mente. Después de haber investigado un poco, la sonrisa se me ha dibujado en la boca por dos cosas. Porque ya tenía tema para esta columna y por las propias aventuras y desventuras de aquel personaje.

Siguiendo en este “como se hizo” que me estoy marcando, lo siguiente era comprobar, una vez satisfecha la curiosidad y cubierto la obligación de la columna, si los madrileños sabemos algo más de Luis Candelas, o más bien nos quedamos al nivel que tenía yo de conocimiento. Y no hay nada como el Patio del Pájaro Azul para ese tipo de cosas. En menos de 15 minutos de la pregunta en Twitter, los vecinos me habían respondido de forma masiva. Ríete tú de las encuestas esas de la tele a pie de calle. Sin ninguna pretensión científica, los resultados de la miniencuesta venian a confirmar que soy más bien normalito. Vamos, que la mayoría de los preguntados sabían lo mismo que yo, que era un bandolero y que hay un restaurante en Madrid que lleva su nombre. Algunos iban más allá y otros no lo conocían, pero de media esa era la respuesta.

Y es una pena. Porque Luis Candelas fue todo un personaje. Bastante más que un bandolero al uso. En menos de veinte años, desde que respondió con dos bofetadas a un cura que le había dado una, hasta su muerte con tan sólo 33 noviembres, su vida estuvo llena de aventuras, ya fueran de las de amor o de las de espada. Guapo, de buenos modales, autodidacta y de Lavapiés. Pones eso en un perfil en Facebook y quedas de la ostia. Era un bandolero, cierto, pero teniendo en cuenta que el Rey de España tenía de nombre Fernando VII y había pasado de deseado a odiado en menos que se carga uno la primera constitución española, y que era el primero que paseaba sus reales posaderas por las tabernas del foro, y los viles garrotes de su verdugo por quien chistara, eso tampoco era decir mucho. Además era un ladrón a lo Robin Hood, que repartía parte de su ganancias con los pobres de Madrid, que no eran pocos por aquellos mil ochocientos y algo. Y también tenía un poco de Don Juan, dedicado a seducir a ricas mujeres con elegancia y soltura., gastando mucho más tiempo en decir hola que en decir adiós, y casi siempre esto último con un par de joyas de la despechada. Incluso podríamos decir que tenía algo de Clark Kent, de Peter Parker o del mismo Zorro, pues era ladrón de noche y adinerado de día, merced a mantener durante bastante tiempo dos identidades perfectamente diferenciadas. Compartió amantes con Fernando VII y cárcel con políticos, aunque esto último fue raro, dado que solía escaparse con una rapidez sorprendente, ya fuera a base de oro o de habilidades varias. Así que podemos asignarle un toque de Houdini.

Y había mas, porque el amigo Luis, a diferencia de su compañero británico de profesión, Robin, tenía a gala ejercer su trabajo con la menor violencia posible, sin haber matado nunca a nadie. Lo que se dice un tipo considerado. Y al final, le pudo el amor, porque no fue otra cosa sino el amor a su última enamorada lo que le impidió escapar de España rumbo precisamente a las tierras de Robin Hood, cuando ella no quiso acompañarlo. El volver a Madrid por esa causa, y el hecho de que robara a la mismísima modista de la Reina y al embajador francés y a su esposa, hicieron que diera con sus huesos en prisión por última vez, y fuera ajusticiado en Noviembre de 1837.

Sin embargo, y con esto volvemos a lo de la pena, cualquier madrileño hubiéramos contestado con muchos más datos a una pregunta sobre Robin Hood, Don Juan, Houdini o el Zorro que a la que he efectuado yo con Luis Candelas. A pesar de su vida de aventurero y galán, ni Errol Flynn ni Kirk Douglas se hicieron pasar por este bandolero. Nos producen simpatía once ladrones en Las Vegas, con jefes con cara de Pitt y de un tipo aficionado al café de máquina, y no recordamos al más cercano, al que rondaba por Lavapiés y Jacometrezzo, por la Plaza de Santa Cruz o Preciados. Contamos cuentos de un tipo de calzas verdes en un bosque a nuestros hijos, y no les contamos aventuras de un valiente burlón junto al Arco de Cuchilleros o en la calle Mesón de Paredes. Estatuas de Reyes que han robado bastante más al pueblo que el amigo Candelas, mitad ladrón, mitad Don Juan, hay diseminadas por esta ciudad. Se merece en nuestro recuerdo algo más que nombrarle junto a una carta de cordero y cochinillo. Porque una ciudad no está hecha sólo de artistas, reyes o soldados. También está hecha de gente como Luis Candelas. Y yo quiero que nos den Candelas, gente que robo corazones y joyas a marquesas por estas calles, que repartió dinero y sonrisas a su gente. Probablemente ahora no tendría sentido su vida, pero si tiene sentido hacerlo más parte de nuestra historia.

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