Si la caída hubiera sido sólo económica, habría lugar para la esperanza provocando una reacción y un cambio de ciclo, pero es también moral, emocional, religiosa, política y social con los valores en bancarrota y con las viejas costumbres en crisis. De algún modo, España es víctima de una tormenta perfecta, acosada por la peor clase política de Occidente y la ciudadanía más cobarde y permisiva de toda Europa, incapaz de defender sus conquistas, libertades y derechos, seriamente amenazados.
El país está siendo sistemáticamente debilitado desde el poder y la sociedad está siendo castrada y desmoralizada por los que gobiernan. Es todo un atentado criminal contra la nación.
Una década ya está perdida y aunque reaccionáramos ahora, perderíamos otra curando nuestras profundas heridas.
Durante la última legislatura, el país ha transitado de la euforia a una intensa crisis económica y social, cuya principal consecuencia ha sido la desmoralización de los ciudadanos y un fatalismo ante la decadencia que parece un suicidio colectivo.
La gente no estaba preparada para contemplar como los peores alcanzaban el poder y desde los palacios y ministerios gobernaban la nación sin tino ni decencia, generando destrucción, división, enfrentamiento, mentiras, engaños y un escandalo tras otro.
En todo balance serio, los primeros que deben ser culpados son los que tienen mas responsabilidad y poder. En el caso de España, los grandes culpables han sido y son los políticos, que han traicionado el mandato ciudadano de gobernar procurando el bienestar y la felicidad de los ciudadanos. Ellos se han comportado como miserables, se han atiborrado de privilegios y de poder, negándose a rendir cuentas y a pagar por sus destrozos y brutalidades. Basta contemplar la España del presente para advertir que la han destrozado a marchas forzadas.
Los que mandan han gestionado mal la economía, han llenado España de muertos por gestionar mal la pandemia, han permitido abusos y arbitrariedades a diestro y siniestro, como la orgía de los okupas, ladrones de viviendas protegidos por el poder político, la imposición de impuestos injustos, abusivos y esquilmadores, la humillación de las víctimas del terrorismo y una mafiosa y rencorosa distribución de los privilegios y los recursos, beneficiando a los amigos del poder y castigando a los adversarios. La vileza, la maldad y la mentira son dueñas del país y los desalmados se apoderan poco a poco de las calles.
¿Cómo hemos llegado hasta aquí? Las explicaciones han sido histéricas e interesadas. Unos culpan a la derecha y otros a la izquierda, como es propio en un país que ha sido dividido y enfrentado desde un poder político envilecido y dañino. Pero la verdad es que la decadencia empezó a partir de la muerte del dictador, cuando en lugar de una democracia los políticos construyeron una dictadura camuflada de partidos políticos, sin ciudadanos, con un poder desmedido en manos de los políticos, sin controles eficaces, sin los frenos ni cautelas que exige la democracia.
Desde 1978 el país no ha dejado de dar traspiés, pero el descenso a los infiernos se aceleró poderosamente con la presidencia del inepto y siniestro José Luis Rodríguez Zapatero, continuo con el falso y cobarde Rajoy, que traicionó a sus votantes incumpliendo sus promesas y dejando en pie los destrozos de Zapatero, y se han acelerado hasta el cataclismo con Pedro Sánchez, un demonio que se ha encargado de dividir, enfrentar, herir, despilfarrar, marginar, endeudar, arruinar, esquilmar y humillar, aplastando la decencia, la democracia y la justicia.
Desde el poder e excusan esgrimiendo que el deterioro es mundial, pero, aunque es cierto que existen síntomas de retroceso y de crisis, productos de una globalización desequilibrante, en ningún país de Europa el desastre ha alcanzado las dimensiones de España, país al que muchos analistas internacionales sitúan al borde de colapso y a un paso de convertirse en un Estado fallido, quizás en puertas de un conflicto civil serio.
Francisco Rubiales