No es novedad que de un tiempo a esta parte, cada vez que un organismo o institución financiera abre la boca, no es para dar buenas noticias precisamente.
Hoy, el FMI, ese organismo cuyas políticas deberían estar prohibidas por alguna convención de Ginebra al considerarlas como genocidas, ha dicho que en los meses que vienen los bancos van a necesitar más pasta, los gobiernos más austeros y continuar desmantelando el estado del malestar (bienestar ya es un sarcasmo). Además, augura el desastre de forma “inminente”, y urge a los gobiernos a hacer piruetas legislativas cagando leches.
Sin ir más lejos, nuestro walking dead de presidente, en su discurso justificativo de la reforma que le imponían, según dice hoy Guerra “los poderosos”, argumentaba un desastre “inminente” si no cambiábamos la Constitución en una reforma exprés vergonzante.
¿Que nos ocultan?. ¿Están las cosas tan mal como se pintan y eso justifica que cedamos la soberanía financiera a los mercados en una revisión brutal del concepto de democracia o simple y llanamente están aplicando la doctrina del shock para aprovechar el momento pánico para instaurar una dictadura de los mercados con el silencio cuando no apoyo de los principales partidos políticos?.
A mi juicio hay más de lo segundo que de lo primero. Nos auguran el infierno si no pasamos por el aro sugiriéndonos que sólo hay una economía posible, una democracia posible y un sistema posible. Y en el fondo lo que hay es miedo. Mucho miedo a que la gente asuma que hay que cambiar antes de que nos arrastren esos mismos agoreros del apocalipsis al desastre final.