Hay que decir que Pemán era un escritor andaluz que cultivaba la novela, la poesía y el teatro, además del ensayo y los artículos periodísticos, con estilo tradicionalista y siempre desde unas convicciones religiosas, católicas por supuesto, y monárquicas, de don Juan (abuelo del actual rey), también por supuesto. Era una pluma dotada para el ingenio y la “grasia” en comedias de ambiente andaluz, costumbristas y castizas, y abiertamente al servicio de la causa franquista, a la que exaltaba de manera épica y triunfalista. Se convirtió, así, en una de las figuras representativas de la intelectualidad afín al régimen dictatorial, con el que ideológicamente se alineaba, produciendo una prolífera y dilatada actividad literaria que comprendía todos los géneros. Antes de la guerra, había alcanzado un gran éxito con la obra El divino impaciente (1933), un drama histórico sobre la figura de San Francisco Javier. Más escandaloso resultó su Poema de la Bestia y el Ángel (1938), obra poética que algunos tachan sin ambages de “literatura fascista”, por su adhesión triunfal al régimen de Franco.
Y es en este contexto en el que una concejal de Izquierda Unida del Ayuntamiento jerezano, Ana Fernández de Cosa, vierte expresiones sobre el escritor, en el transcurso del Pleno que debatía la moción para la retirada del busto, que los herederos de Pemán consideraron injuriosas, por lo que presentan una demanda por calumnias. La edil comunista había afirmado que “José María Pemán y Pemartín era un fascista, un misógino y un asesino”, lo que causa gran revuelo en ámbitos no sólo políticos sino también culturales, de signo conservador, y contra la concejal, a la que exigen una rectificación en toda regla. Por su parte, los cinco hijos de Pemán presentan una demanda, previa a la formulación de querella, contra la edil jerezana por un supuesto delito de calumnias, que justifican en que los “descendientes del escritor no deben ni pueden resignarse a la calumnia, la afrenta, el denuesto y a la palabra torcida (…) de quien ya no puede defenderse”. Le piden a la edil que se retracte de la consideración de “asesino” imputada al escritor como condición para suspender la denuncia.
Porque reubicar a Pemán en la literatura, donde lo podrán continuar venerando sus seguidores y lectores, y retirar los símbolos que homenajean a través de sus más fervientes lacayos a la guerra civil y la dictadura, es un acto de higiene política y democrática necesidad. Los méritos que reunió Pemán para presidir teatros y subirse a los pedestales de la gloria en mármol y bronce son más ideológicos que literarios, pues artistas como él, que cultivaron la literatura de manera brillante, fueron represaliados con el olvido o perdieron la vida por defender la legalidad de la República y mantener su compromiso por la libertad, la democracia y los humildes. Ningún busto de Federico García Lorca o Miguel Hernández, con idéntica o más elevada calidad literaria, recibe a los espectadores en un teatro español, simplemente por pertenecer al bando derrotado en la Guerra Civil.Es de justicia que ahora, cuando disfrutamos de democracia y libertad, se eliminen los “homenajes” y símbolos apologéticos del sectarismo y la sinrazón para sustituirlos por los que instan a la concordia, la paz y la igualdad. Valores que José María Pemán no representaba, por muy “gracioso” que fuera en sus comedias o filosófico con su Séneca.