Qué pasa si un país abandona el euro ante la crisis

Publicado el 26 noviembre 2010 por Jaque Al Neoliberalismo

¿Estaría mejor Irlanda si dejara el euro y reviviera la libra irlandesa? ¿Se recuperaría la economía griega más rápido con un nuevo dracma? Mucho se ha escrito sobre las teóricas atracciones para abandonar la eurozona que tienen los países en problemas financieros. Pero la pregunta de cómo se haría se ha explorado menos. Y cuando más se examina eso, queda más claro que las dificultades prácticas son enormes.
Para establecer una nueva divisa, un país debería convertir todas sus reservas en euros a una tasa fija en una fecha determinada. Pero ahorristas y el mundo de los negocios no esperarían pasivamente a la llegada de esa fecha.
La razón principal para crear una nueva moneda sería incrementar la competitividad al volver las exportaciones más baratas. Ahorristas e inversionistas asumirían que la nueva divisa se depreciaría frente al euro –probablemente de forma muy rápida– y querrían mantener sus depósitos en la moneda europea o cambiarlos por otra divisa bien establecida como el dólar.
El primer problema práctico, entonces, es que si se vuelve claro que un país está pensando seriamente en dejar el euro, una gran cantidad de dinero saldrá de esa nación. A esto a veces se le llama "fuga de capitales". El desencadenamiento de enormes transferencias de depósitos hacia fuera del país destruiría el sistema bancario. Y el gobierno probablemente intentaría imponer controles para evitar esto, una medida cuya efectividad está en duda en la Europa del siglo XXI.
Pero si un eventual prolongado debate nacional sobre el abandono del euro genera un riesgo de fuga de capital, ¿la alternativa sería hacerlo en secreto y anunciarlo de forma repentina? Un plan de este tipo funcionaría en un Estado totalitario, lo que dejaría por fuera un debate parlamentario, legislaciones y otros procesos de la democracia moderna.
La idea de que enormes cantidades de billetes podrían prepararse y distribuirse en secreto –para la fecha del cambio– es absurda. Sin embargo, suponga por un momento que estos problemas prácticos pudieran ser resueltos. ¿Dónde quedaría parado el país desde el punto de vista financiero? Tendría una gran deuda nacional en euros.
Si se vuelve claro que un país está pensando seriamente en dejar el euro, una gran cantidad de dinero saldrá de esa nación.
Mantener el compromiso de pagar en la moneda europea los intereses de esa deuda, mientras los ingresos por impuestos se generan en la nueva moneda, sería riesgoso. La alternativa sería anunciar que los préstamos se harán también en la nueva divisa.
Para los inversores de bonos en el exterior esto significaría un default o cesación de pagos. Y cuando el país quiera acceder a más préstamos es casi seguro que tendrá que pagar tasas de interés leoninas para persuadir a los inversionistas de que participen en el mercado de bonos.
El contraargumento para todo esto es que, en el pasado, las conversiones de divisas se completaron de forma exitosa. El euro entró en circulación sin sufrir muchas complicaciones, si bien es cierto que se realizó con varios años de preparación. Y el marco de la Alemania Oriental se transformó en el marco alemán. La diferencia clave es que en esos casos la divisa a la que se debían convertir los ahorros era vista como estable. El incentivo para una fuga de capitales no existía.
Esto sugiere que, si el problema fundamental es sustituir una moneda débil por una fuerte, la solución más práctica sería que los miembros más poderosos dejaran la eurozona. En términos prácticos, significa que Alemania sí podría abandonarla y las naciones más débiles, no. Pero mientras algunos alemanes claramente sienten nostalgia por el marco alemán, parece sumamente improbable que el gobierno de Berlín impulse la salida del euro. El punto de una unión monetaria es que, supuestamente, es irrompible. Y sin importar las teóricas atracciones de abandonar la moneda europea, las dificultades prácticas de hacerlo no deben subestimarse.
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Tomado de BBC Mundo Una mirada no convencional al neoliberalismo y la globalización