Qué pena tan grande…

Publicado el 22 abril 2011 por Carmentxu

La ausencia de madrugá lleva horas siendo el tema estrella del día. El drama de no poder celebrar el drama es aún mayor que el drama original. Los periodistas, micrófono y cámara en mano, buscan lamentos por las calles de Sevilla. Pero no hace falta irse a Sevilla para escucharlos. Hoy no son noticia, pero es el mantra de cada día, cada semana…

¿No somos un estado laico y aconfesional? ¿Qué hace el Estado entonces subvencionando, año tras año, a la Iglesia católica? (unos 6.800 millones de euros libres de impuestos), ¿qué es este seguimiento sin tregua de la ostentación de nuestras creencias en un país que presume de multiculturalidad? ¿dónde quedó el libre albedrío? ¿y la libertad? Ésta permanece, pero sólo de mercado. Éste, tras el éxito demostrado por la fórmula a lo largo de los siglos, ha adoptado la misma filosofía: la del necesario sacrificio ahora para salir del infierno y ganarse un puesto en el cielo eterno de los ricos, donde los sumos sacerdotes engordan en la santa sede.

No poder celebrar la madrugá no es una pena, menos aún cuando es por una buena causa: la lluvia, que alegra los campos, despeja la atmósfera y celebra la vida frente al encumbramiento de la muerte de Semana Santa. A mí, lo que de verdad me da pena es que siempre paguen los mismos los errores de los mismos (que son otros), que no seamos capaces de cuidar lo más valioso que tenemos, y que, como telón de fondo, seamos cada día más pobres, también de espíritu y de alternativas. Qué pena tan grande…