¿Qué políticas públicas favorecen la productividad?

Publicado el 15 noviembre 2012 por Vigilis @vigilis
Hay principalmente dos bloques de medidas que se pueden realizar para aumentar la productividad. El primer bloque tiene que ver con la desregulación del mercado: eliminar barreras, reducir la burocracia, abrir sectores a la competencia, promover I+D privado y facilitar los intercambios entre los agentes económicos (Nicoletti y Scarpetta 2003). El segundo bloque está más relacionado con invertir en capital humano: tener seguro de desempleo, permisos de paternidad, incentivos a la formación... (Bassanini y Venn 2008).
De los estudios que se centran en analizar qué tipo de políticas públicas tienen un efecto positivo en la productividad, me interesan los que tienen que ver con la formación. La formación no depende sólo de la política educativa, sino también de la empresa privada. En España hemos sido, durante demasiados años, expertos en despilfarrar dinero en educación sin tener un retorno de la inversión.
No hablaré aquí del problema de la universidad, en el que la intervención pública trastoca la percepción del coste y hace que la gente alegremente pueda elegir entre estudiar filología húngara o danzas orientales. Hay estudios (Sakamoto 2012) que indican que es más fuerte la relación que hay entre productividad y escolaridad preuniversitaria.
 
La tasa de fracaso escolar en la educación secundaria es la piedra de Sísifo de nuestro sistema económico. No voy a extenderme en qué hay que cambiar (doctores tiene la Madre Iglesia), tan solo señalar que de todas las estadísticas comparativas que en clasificaciones colocan a España en el furgón de cola de lo que sea, tenemos que darle más importancia a las relacionadas con un sistema educativo que hace aguas.

Gasto por alumno en 2007. Vía.

Hay un montón de factores incorregibles. Pero otros tienen que ver con la percepción de la realidad. Al contrario que en otros países, en España dudo que se perciba el alto coste educativo como una barrera, luego existen otros factores que determinan que al estudiante o a su familia le viene mejor abandonar los estudios que seguir en ellos. Habrá un montón de factores, como digo, pero hoy señalo uno: casi nadie con menos de dieciocho años puede trabajar. No hay mucha oferta de mecanismos por los que un chaval al terminar la educación secundaria pueda comenzar una carrera laboral. Esto no es culpa directa de nadie: la educación secundaria enseña poco y mal. No existe la percepción de estar preparados para el mundo laboral. En los últimos tiempos se ha estado aumentando la inversión por alumno en cosas peregrinas como un ordenador por pupitre en lugar de analizar los programas y proponernos objetivos menos pretenciosos y más útiles. Cualquiera que haya pasado por la universidad conoce casos de alumnos que llegan (y salen) sin saber leer y escribir (ya no digamos dividir con decimales).
También están las barreras de entrada al mercado de trabajo. Tema que paradójicamente se encuentra con más defensores (que incluso hacen huelgas) que detractores. Es de locos.
Pongamos, a mayores, exámenes de sexto de primaria (6ºEGB) a alumnos de cuarto de ESO (2ºBUP). Quien no apruebe no obtiene el título y deberá recuperar. ¿Cuántas horas de clase recibe un alumno a la semana? ¿Qué instrumentos de apoyo externo existen para recuperar? ¿Por qué las bibliotecas públicas compran libros al peso y se convierten en lugares donde ligar y fumar petardos en el baño? ¿Por qué demonios, ya que tenemos docenas de televisiones públicas, éstas no tratan de ser un servicio público? ¿Por qué los proveedores de servicios de internet fijan los precios como un cártel? Veamos lo que funciona y lo que no, y tratemos de no seguir incentivando lo que no funciona (ejemplo original: el I+D público no tiene efecto sobre la productividad, el privado sí; Sakamoto 2012).
La mejora de la productividad está relacionada con el crecimiento económico. Hoy en día, hay gente que lanza tesis antidesarrollistas alegremente y hay que explicar por qué queremos crecimiento económico. La obviedad de que a mayor crecimiento mejora la calidad de vida, los servicios recibidos y aumenta el tiempo que se puede dedicar al ocio (la historia de la humanidad es la historia de cómo el hombre dedica cada vez menos tiempo a trabajar para comer). Algo no tan obvio, y que precisamente a los antidesarrollistas tenía que preocuparles, es que el crecimiento económico reduce la desigualdad.
Una cosa que no entiendo del tiempo que nos toca vivir es la extravagancia de la izquierda (Gustavo Bueno tiene media docena de libros sobre el tema, pero la izquierda moderna prefiere leer a Sampedro o Hassel). ¿Cómo pueden darles minutos de micrófono a una izquierda que prefiere proteger el medioambiente o la cultura oficial a costa de aumentar las desigualdades económicas (y por tanto, sociales)? Es como si la derecha (en aquellos países donde hay derecha) dejara de abogar por la autonomía personal y la responsabilidad fiscal, para postular candidatos que hablan con Dios y desean construir muros en las fronteras.
Más: