El delicado tránsito de la adolescencia a la madurez constituye para la historia del cine una fuente inagotable de inspiración. El paso de una cierta inconsciencia, protegida sin duda por la ingenua mirada de la infancia, a la percepción de la cruda realidad, base de la condición adulta, permite una dramaturgia que contiene todos los elementos necesarios para una narración atractiva que atraiga al público. Si bien es difícil rodar con niños (o con adolescentes), si nos fijamos en la taquilla de todo tipo de cine (hasta Michael Haneke los utiliza en Benny´s Video, El tiempo del lobo o La cinta blanca), los mejores éxitos cuentan con uno o más jovenzuelos.La mirada inocente es la premisa, y en muchos casos la coartada, que permite las peores barrabasadas cinematográficas. Sin embargo, la tensión sexual que propicia la adolescencia tardía suele ser derivada hacia metáforas y el cine evita, por la peligrosa y aún presente censura, mezclar sexo y jóvenes. Al fin y al cabo, Stoker, la primera película americana de Park Chan-wook se reduce al despertar sexual de la protagonista y al complejo de Electra, derivado hacia el hermano de su padre.Tres recientes películas han sido mucho más valientes y han tratado frontalmente (con todas sus consecuencias) el fin de la adolescencia, el paso a la madurez y el despertar sexual de sus protagonistas femeninas (en esto del sexo, nosotros los chicos, parece que llevamos un considerable atraso, algunas malas lenguas afirman incluso que este décalage no lo recuperamos nunca). Mi preferida, Turn me on, Noruega (2011), basada en una novela de Olaug Nilssen que ya provocó sus inmediatas y acaloradas reacciones en su país por su lenguaje directo y situaciones inhabituales, cuenta la historia de Alma, precoz en todo, que a fuerza de utilizar demasiado el teléfono erótico y fantasear con el guitarrista del coro (y no precisamente para grabar un dúo musical), ve aparecer los primeros e inquietantes problemas a su alrededor. Este primer ficción de Jannicke Systad Jacobsen posee un tono y una libertad tan inteligente que arrebató el Premio al mejor guión del Festival de TriBeCa de New York. Una verdadera joyita.Joven y alocada de la chilena Marialy Rivas, también se llevó el Premio al mejor guión, pero esta vez un año más tarde y en el Festival de Sundance, así como el Sebastiane de la pasada edición del Festival de San Sebastián, por su formato fresco y su originalidad. Basada en un blog real de Camila Gutierrez y protagonizada por Alicia Rodríguez (MAGNÍFICA, con mayúsculas) narra la historia de Daniela, una muchacha bisexual de 17 años y sus encontronazos con su familia evangélica, ultraconservadora y represiva. Con un sublime humor, una mirada inteligente sobre la religión y una protagonista que conquista hasta al acomodador no sé qué esperan las salas para estrenarla. El mejor y más divertido paso a la edad adulta de los últimos tiempos.No es el caso de Klip (2011) de Maja Milos, también ópera prima, en que los excesos sexuales, exhibicionistas y etílicos de la joven protagonista de 16 años (Isidora Simijonovic la interpretó con 14 años, impresionante) no son más que una excusa para olvidar una realidad que no acepta, una ausencia total de comunicación con su familia y una tristeza arrastrada y no asumida por, quizás, unas circunstancias históricas recientes.Es curioso que en las películas de la antigua Yugoslavia la nueva generación se encuentre siempre tan perdida. De hecho también ocurre lo mismo en Djeca (2012) de Aida Begic, sólo que aquí el paso a la edad adulta se realiza a través de la pérdida o el descubrimiento de una realidad totalmente desconocida. Otra variante que veremos en una próxima entrega. Viendo lo difícil y complicado que resulta ser adulto, no me extraña que todos queramos adoptar la postura de Peter Pan.