Trae tus palabras, las que usas normalmente y trae las que te gustaría usar, las que pertenecen a tu repertorio íntimo, sagrado, oculto e ingenuo. Tráete las palabras que logran que se te haga la boca agua, las que calientan tu corazón y la sangre se despeñe arterias abajo.
O deja por aquí un silencio que es una palabra muda al fin y al cabo. Apúntalas todas en fila, una detrás de la otra y cuando ya no se te ocurran más, empieza por la primera y monta una buena historia. Cuenta tu historia como te apetezca. Verás, verás que...
palabras grandes, palabras pequeñas, sucias, brillantes, oscuras, sssinuosssasss, espléndidas, unas sedejancoser, otras son independientes prefieren estar solas y no admiten a nadie.
Hay palabras de todos los colores, hay palabras mágicas... y palabras peligrosas...
Todas son muy trabajadoras y construyen el mundo que vivimos, pasito a pasito, como pequeñas hormigas hacendosas.
Hay que mirar de cerca las palabras para saber a qué cosa señalan. Porque las palabras no son lo que se ve así a simple vista, qué va, las palabras son gordas, gordísimas, están repletas y tienen dentro el mundo entero.
Ya decían los sufíes: que se abran las puertas de las letras de las palabras. Y es que cuando abrimos sus puertas, encontramos mucho más de lo que parecía a simple vista.
Son tesoros porque las gusta guardar y hacer familias: cosas nuestras de antes, cosas de otros, silencios, olores, colores, sonidos y sensaciones que pasaban por allí de casualidad. Por eso hay que limpiarlas de vez en cuando, para poder abrir sus puertas y que nos dejen ver todo lo que hay por detrás, que suele ser mucho.
Después de todo las palabras que usamos cuentan nuestra historia pasada, la presente y la futura.