Leo una novela del francés Boris Vian, que me traduce T. P. Lugones: Que se mueran los feos(Tusquets, Barcelona, 1996). Una fabulación que mezcla el humor, el futurismo y enormes dosis de simplicidad narrativa, al servicio de una trama increíble: un estudiante universitario norteamericano, guapo y pagado de sí mismo, idolatrado por las chicas, que ha decidido mantenerse virgen hasta que cumpla 20 años, se ve envuelto en un experimento genético en el que le extraen semen para formar una raza de seres humanos perfectos. Luego, se meterá en tareas de detective aficionado para descubrir a sus humilladores, y acaba por asaltar aparatosamente una isla (la del doctor Schutz, fautor del experimento) en plan marine.En fin.Una cosa paródica y de lección fácil, que incluso pretende ponerse moralizante al final, determinando que las mujeres “de rompe y rasga” (ay, Dios mío, cuánto mal han hecho los clichés en la narrativa y en la vida) prefieren a los hombres físicamente mediocres. Una nota curiosa: el protagonista (Rock Bailey) parece en ocasiones un poco imbécil, como cuando excreta frases de esta índole: “No conté el número de zancadas que dimos, pero debió oscilar entre tres mil cuatrocientas siete y tres mil cuatrocientas nueve” (p.160). Otra nota curiosa: la hipérbole sexual que le atribuye a su descerebrado héroe, quien en su día de “estreno” declara: “Aquello era más agradable todavía que comer piña helada” (p.142). Quizá por eso repite el proceso hasta 12 veces. Ni más ni menos. Parece que humor no le faltaba a Boris Vian. Sobre su calidad literaria prefiero mantener un prudente silencio.
Leo una novela del francés Boris Vian, que me traduce T. P. Lugones: Que se mueran los feos(Tusquets, Barcelona, 1996). Una fabulación que mezcla el humor, el futurismo y enormes dosis de simplicidad narrativa, al servicio de una trama increíble: un estudiante universitario norteamericano, guapo y pagado de sí mismo, idolatrado por las chicas, que ha decidido mantenerse virgen hasta que cumpla 20 años, se ve envuelto en un experimento genético en el que le extraen semen para formar una raza de seres humanos perfectos. Luego, se meterá en tareas de detective aficionado para descubrir a sus humilladores, y acaba por asaltar aparatosamente una isla (la del doctor Schutz, fautor del experimento) en plan marine.En fin.Una cosa paródica y de lección fácil, que incluso pretende ponerse moralizante al final, determinando que las mujeres “de rompe y rasga” (ay, Dios mío, cuánto mal han hecho los clichés en la narrativa y en la vida) prefieren a los hombres físicamente mediocres. Una nota curiosa: el protagonista (Rock Bailey) parece en ocasiones un poco imbécil, como cuando excreta frases de esta índole: “No conté el número de zancadas que dimos, pero debió oscilar entre tres mil cuatrocientas siete y tres mil cuatrocientas nueve” (p.160). Otra nota curiosa: la hipérbole sexual que le atribuye a su descerebrado héroe, quien en su día de “estreno” declara: “Aquello era más agradable todavía que comer piña helada” (p.142). Quizá por eso repite el proceso hasta 12 veces. Ni más ni menos. Parece que humor no le faltaba a Boris Vian. Sobre su calidad literaria prefiero mantener un prudente silencio.