Si sumamos a mi ya conocida naturaleza curiosa esos 60 minutos extra de vida ( o, en la práctica, de duermevela) que nos proporciona el cambio horario a golpe de Sunday Morning, el resultado es un bol de Choco Crispies al lado de un explorador web, con ciertos impulsos esporádicos de ir en busca de mi viejo (no tanto) diccionario de latín y con unas desmedidas ganas de sacarme esa duda repentina que se me antoja incluso antihumana en sesión dominical, sobre la etimología de "Leliadoura", nombre del centro escolar donde, con paciencia y buen hacer, refrescan la caché de mi cerebro con una frecuencia más que aceptable. ¡Vaya, que me he liado pesquisando el significado de "un palabro"!
A pesar de que, quienes me conocen, saben de mi pasmosa inclinación hacia la literatura, y en particular a la poesía, he de reconocer que las
cantigas de amigo (habemos de remontarnos al siglo XIII para comprender el significado del vocablo) no figuran, precisamente, entre mis libros de cabecera. Por lo tanto, no tenía ni idea de quien fue Pedro Eanes Solaz, ni estaba familiarizada con su "edoi lelia doura" y tampoco había escuchado la versión cantada de Amancio Prada. Dice así: