La militancia partió del histórico Hemiciclo a Benito Juárez, dedicado al héroe de la Reforma, el Presidente que de 1862 a 1866 organizó a grupos guerrilleros sobre toda la Sierra Madre Oriental mexicana para vencer la invasión francesa, el entonces Ejército más poderoso del mundo. Un héroe latinoamericano a la altura de José Martí, el apóstol que le diera a Cuba su primera independencia de los españoles en 1898 y que fuera el “autor intelectual” del Moncada, como así lo declarara el Comandante Fidel Castro en su histórica defensa “La historia me absolverá”, tras ser apresado por el fallido asalto del cuartel militar de Santiago.
El destino fue la Embajada de Estados Unidos. Símbolo del imperialismo y la intervención genocida. Desde el Hemiciclo, sobre Avenida Juárez, cruzando la Avenida de los Insurgentes y hasta avenida Reforma, el bloque del Partido Comunista de México parecía sellar así la memoria y su inevitable destino. El mismo de los juaristas, de la insurgencia independentista y de la guerrilla anticolonialista. Paso a paso, los héroes parecían unírseles. Coro a coro. Como una fuerza invisible parecida a una ráfaga de viento que empujaba la marcha, estirando las banderas, haciendo del martillo y la hoz un motor de acero. Les alentaba hacia la historia combatiente mexicana. Hidalgo, Morelos, Zapata, Villa, Arturo Gámiz o Rubén Jaramillo, al lado del contingente rojo; y luego, Camilo, el Che, Almeida, Mella, y también Manuel Marulanda, Raúl Reyes y Alfonso Cano, habitando una bandera de las FARC-EP, que como en cada manifestación del PCM, ocupa su lugar en medio del grupo, justo en el corazón.
Un piquete de policías del Distrito Federal resguardaba la Embajada estadounidense; pero por dentro; amotinados con armadura antibalas, dispuestos a defender a un régimen que, no obstante, jamás les daría visa para entrar a ese país. Y sin embargo, ahí estaban, esclavos , con el rostro quemado por el sol, con las cicatrices que deja la inmundicia de la violencia y marcado por las botas de quienes les oprimen, mirando sin comprender aquello ¿Qué son esas banderas rojas? ¿Qué son esos rostros alegres y decididos? ¿Qué son esos puños como lanzas, y esas dignidades como escudos?
“¡Fidel, Fidel, qué tiene Fidel que los imperialistas no pueden con él!” “¡Cuba sí, yanquis no!”, cantaban los comunistas, con imágenes del Che, de Raúl y del mismo Comandante en Jefe, montadas como estandartes, rostros que rompían el reflejo de las ventanas de la Embajada y la dejaban sin brillo, así en México, como en Cuba, como en el mundo.
Red Globe