Las revoluciones de colores fueron grandes movilizaciones populares contra regímenes autoritarios, especialmente en antiguas repúblicas soviéticas, a principios del siglo XXI. Su objetivo era impulsar la democracia mediante la movilización pacífica y un discurso prooccidental y liberal. Organizaciones estudiantiles, opositores y ciudadanos de a pie reclamaron mayores libertades y denunciaron prácticas autoritarias como la corrupción electoral. Estos movimientos adoptaron el nombre de un color, como la Revolución Naranja de Ucrania, en la que los partidarios del cambio político asumieron en sus vestimentas y banderas el color naranja, que utilizaba el principal partido político de la oposición. Con el tiempo, otras revoluciones han tomado nombres de plantas, flores o frutas, cada una con un simbolismo particular.
El impacto de las revoluciones de colores ha sido variado. Las principales tuvieron lugar en el espacio postsoviético, como la Revolución de las Rosas de 2003 en Georgia, la Revolución Naranja de 2004 en Ucrania o la Revolución de los Tulipanes de 2005 en Kirguistán. También en el año 2000 se produjo otra en Yugoslavia, conocida como la Revolución Bulldozer o del 5 de Octubre. La mayoría pretendía sacar del poder a líderes con un historial dudoso, como Askar Akayev en Kirguistán o Slobodan Milošević en Yugoslavia.
Pese a que el grueso de las revoluciones de colores se dieron en Europa del Este y Asia Central entre el 2000 y 2005, se han extendido a otras partes del mundo. Por ejemplo, Oriente Próximo vio la Revolución Azul en Kuwait y la Revolución de los Cedros en 2005, o la Revolución Verde de 2009 en Irán; Myanmar protagonizó en 2007 la Revolución del Azafrán y Bolivia vivió la Revolución de las Pititas en 2019.
Deslegitimar las protestas acusando a Estados Unidos de organizarlas
Países como la Rusia de Vladímir Putin, que también vivió una oleada de protestas en 2011, han tomado medidas contra una posible revolución en su territorio o área de influencia, por ejemplo, con campañas de desinformación frente a las ideologías prooccidentales. Alexander Lukashenko, dictador de Bielorrusia desde 1994, hace esfuerzos por prevenir unos movimientos sociales que hasta ahora han fracasado en echarle del poder. En 2006 tuvo lugar en el país la “revolución de los pantalones vaqueros”, en la que la oposición convocó manifestaciones que acabaron con cientos de detenidos. Tras las elecciones de 2020, en las que Lukashenko fue reelegido de forma fraudulenta, hubo nuevas protestas en la denominada “revolución de las zapatillas”, que también fracasó.
El pulso entre la OTAN y Rusia por Europa del Este
Según los Gobiernos de China y Rusia, detrás de muchas revoluciones de colores está la mano de Estados Unidos. A través de organismos como la CIA y algunas ONG, como el Open Society Institute de George Soros, Washington favorecería cambios políticos en países de la zona de influencia rusa para convertirlos en aliados mediante “golpes suaves”. Así, China y Rusia, pero también otros detractores de las revoluciones de colores como Venezuela o Irán, han asumido la narrativa de que cualquier protesta en su territorio, como las manifestaciones de Hong Kong de la última década, está provocada por la mano de Estados Unidos. Sin embargo, pese a que hay colectivos prooccidentales que pueden influir en las protestas, y a que Gobiernos como el estadounidense puedan posicionarse a favor de ellas, conservan una esencia nacional, popular y de rechazo a estos regímenes autoritarios.
¿Qué son las revoluciones de colores, las protestas que tumbaron Gobiernos en Ucrania o Georgia? fue publicado en El Orden Mundial - EOM.