Son cosas de críos, yo lo sé, cuando se esconden a jugar a oscuras en el aparcamiento de los bloques, ese al que hay que bajar por unas escaleras.
Y cosas de críos, me consta, cuando juegan en el mismo aparcamiento con globos de agua, dejando encharcadas las dos plazas de garaje inmediatamente contiguas al grifo que -cosas de críos- dejan a veces abierto...
Cosas de críos, no pasa nada, lo de intentar dar a los cristales de un coche que está aparcando en el garaje comunitario, que iba en broma y no pasa nada, que con pedir luego perdón ya se arregla.
O cosas de críos, tranquilos todos, cuando ese mismo agua de sus globos se deja caer por las empinadas escaleras, mal iluminadas, que conducen a las mismas plazas de aparcamiento de antes.
Nada que ver con las bicicletas embarradas que dejan esas huellas que la mujer de la limpieza tiene que quitar, día tras día, del portal donde las dejan. Ni con sus competiciones a voz en grito en hora de siesta aprovechando el wifi de algún rellano.
Cosas de críos, que son llamados a silbidos al rayar la medianoche, para que suban ya a cenar a casa, que dejan para septiembre lo que bien se pudo hacer en el largo invierno o consideran, como sus padres, que los profesores son una especie de lacra social fundada en las vacaciones y la pereza.
Pero -¡ay!- cuando alguno de esos coches de las plazas de aparcamiento no vea, al entrar despacio, tan despacio como la administración comunitaria solicita por escrito y encarecidamente, a estos críos que, con sus cosas de críos, se exponen día sí y día también al peligro de jugar a escondidas y sin luces, luchar entre globos o regar sin malicia -cosas de críos- las escaleras...
Entonces, me temo, ya no habrá silbido que valga y vendrán los padres, sin globos, a lamentarse entre aguas...