¡¡que te den morcilla!!

Publicado el 16 marzo 2011 por Joanillo @silosenovendo

Hay decisiones muy difíciles de tomar en la vida, y una de ellas es aceptar o no una contraoferta cuando uno decide marcharse de la empresa y ya tiene su palabra dada a otra nueva organización. Veámoslo con calma.

Uno puede salir de una empresa por la puerta de atrás (es decir, “media hora” antes de que lo despidan) o por la puerta grande: dando un puñetazo encima de la mesa y dejando plantado a quien no supo reconocer la valía del “saliente”. En este segundo caso no es extraño que la empresa venga con una contraoferta que pretenda retener a quien les importa, aunque previamente no lo hayan demostrado.

¿Qué se debe hacer en este caso? Complicado dar un consejo adecuado a cada persona. En primer lugar debemos de pensar que una empresa que no fue capaz en su momento a reconocer la valía de un empleado y la situación llegó a tal punto que esta persona tuvo que plantearse dar un portazo para probar suerte en otro lado, es muy difícil que a raíz de ese desaire se plantee cambiar radicalmente su actitud. Lo normal es que al poco tiempo, pasada la etapa de pedir disculpas y halagar a quien se iba a marchar, las cosas vuelvan a ser como antes y el empleado se vuelva a encontrar otra vez en una situación incómoda dentro de la empresa.

Si esto es así, el trabajador habrá metido la pata por doble razón: frente a la empresa que le iba a contratar por haber cambiado su palabra, y frente a sí mismo por no haberse dejado guiar por su primera intención y haberle dado otra nueva oportunidad a una empresa que ya había evidenciado cómo valora a la gente.

De mi párrafo anterior puede deducirse que estoy sugiriendo que nunca se cambie la decisión tomada, pero no quiero ser tan drástico. Todas las personas tenemos tras de sí unas circunstancias (léase “vida familiar”) y unos condicionantes (valores, prejuicios, miedos) que nos impiden tomar decisiones libremente, como si no existieran. Estos elementos son uno de los dos platillos de la balanza. El otro lo forma el deseo de marcharse y dejar plantado a quien no supo reconocer nuestra valía. ¿Cuál de los dos debe pesar más?

Cada persona debe tener la respuesta para ello y el dilema surge realmente cuando ambos platillos están casi en equilibrio, esto es, cuando uno de ellos no pesa mucho más que el otro. Porque si nos puede las ansias de salir, la decisión está clara. Exactamente igual que si lo que pesa mucho son las circunstancias familiares o el miedo a la incertidumbre del nuevo destino.

Yo solo puedo finalizar dándoles mi punto de vista que, como tal, es totalmente personal e “intransferible”. Para mí, una empresa o unas personas que no supieron valorar en su justa medida el quehacer de un buen empleado, no merecen tenerlo en la organización. Esa persona debe darse una nueva oportunidad y buscar en otro lugar el reconocimiento que no supo encontrar. Y cuando aparece esta nueva opción, la decisión debe llevarse adelante sin titubear. ¡¡Qué te den morcilla!! La incertidumbre del nuevo camino genera miedo, es cierto, pero frente a esa incertidumbre tenemos una certeza: que la empresa que no nos supo valorar tampoco va a hacerlo por mucho que les hayamos dado el susto de ponerles la hoja de renuncia encima de la mesa. Esto es, al menos, lo que yo creo después de haber conocido las experiencias de algunas personas que sí aceptaron contraofertas.

Un abrazo