Te propongo que te mires todas las mañanas en el espejo y sonrías. No tienes motivos para estar triste. Crees que los tienes, pero mira para atrás. Cualquier tiempo pasado fue peor. Ni siquiera durante nuestra infancia nos librábamos de los problemas. Ahora los vemos absurdos, sin sentido. Por favor, ¿quién lloraría ahora porque Papá Noel no le ha traído lo que ha pedido o porque el compañero de autobús no comparte sus chuches? Pero piénsalo, en ese momento, aquello era un mundo.
Todo en esta vida se supera, excepto la muerte, dice siempre mi madre. Incluso la muerte y la pérdida se superan, simplemente porque acabamos aprendiendo a vivir con ellas.
Siempre he pensado que somos de plastilina, nos moldeamos a las circunstancias y acabamos por hacer de un problema, una solución. Por lo menos aquellos que son como yo. Optimistas por naturaleza.
Porque hay dos tipos de personas. Y eso ya sé que lo sabéis. Están los que ven el vaso medio vacío y los que lo ven medio lleno. Al final todo es cuestión de actitud. Y ahí es a donde quiero llegar. Tu actitud ante la vida te define, y define cada paso que das y los que todavía no has dado.
Hay personas para las que siempre llueve. Cuando el cielo está gris su ánimo se ennegrece, pero cuando el sol brilla, se quejan por que la luz les ciega. ¿En qué quedamos? Esa es una actitud de mierda. Y somos nosotros mismos los que nos ponemos las barreras para llegar a ese momento de auge: la puta y jodida felicidad.
No sé bien qué es eso de la felicidad. Hay quien dice que es una meta, otros, que es un camino. Para mí son momentos que debemos buscar y coleccionar. Porque cuantos más, mejor. Y no todo es tan complicado.
Acertar con el plato en un restaurante, que suene tu canción favorita en la radio, un beso espontáneo que te pilla por sorpresa, la noticia de un nuevo trabajo, o un nuevo niño, o cualquier cosa nueva, una puesta de sol, el momento en el que tu avión aterriza en aquella isla, el día de tu cumpleaños... Todo son instantes, que duran más o menos tiempo, pero de ti depende saber aprovecharlos para que, cuando pasen, formen parte de tu álbum de recuerdos a los que volver cuando azota la tormenta.
Con todo esto, lo que te quiero decir es que está bien estar triste. Pero no querer estar triste. Eres tú el que elige cómo beberse los problemas, que más que problemas son situaciones que no apetecen. Un atasco, no encontrar aparcamiento, trabajar los viernes... Son momentos que nos ahorraríamos y guardaríamos en el cajón. Pero suceden y hay que vivir con ello, sacar el máximo provecho.
Sonríe a la vida, que te sonreirá de vuelta. De nada sirve fruncir el ceño, más que para hacer surcos en tu cara que te recuerden la rabia pasada. Si tienes arrugas, que sean por haber sonreído más de la cuenta.