Los padres autoritarios son aquellos que en la forma de relacionarse con sus hijos combinan altas dosis de control y disciplina con un bajo afecto, de manera que conceden una especial importancia a las normas y al cumplimiento de estas, sin atender a otras necesidades fundamentales como la aceptación, el cariño o la motivación.
En estos casos, lo más frecuente es que los futuros hijos desarrollen sentimientos de frustración o de poca valía, puesto que el nivel de exigencia suele ser tan alto que parece no cumplirse nunca. Además, tampoco es extraño encontrar la repetición de estos patrones de comportamiento con otras personas, llegando incluso a utilizar la violencia como forma de expresar todo aquello a lo que nunca se le prestó atención.
En el caso de los padres permisivos ocurre todo lo contrario. El modo de entender la unión con sus hijos es la de dotarlos de una excesivo afecto, rechazando la utilización de todo tipo de normas. Son los típicos padres que, o bien por miedo a sus propios hijos, por no considerar adecuados los límites o por el simple hecho de desear que sus hijos tengan todo lo que ellos no pudieron tener, se relacionan con ellos permitiéndoles casi cualquier cosa.
Las consecuencias de este estilo educativo suelen ir desde conductas antisociales por no ser capaces de cumplir las normas, hasta episodios depresivos cuando se dan cuenta de que en la vida real no logran conseguir las cosas tan fácilmente.
Finalmente, el estilo más apropiado lo constituye sin duda el democrático. En él, como podéis deducir, se combinan unas dosis moderadamente altas de control (sin llegar a la coerción) y también de afecto. De esta forma, los padres mantienen con convicción y firmeza una serie de normas y obligaciones necesarias para la convivencia, aunque siempre utilizando el diálogo y el razonamiento para que sus hijos las comprendan (no como en el caso de los autoritarios, los cuales simplemente las hacen acatar, casi por la fuerza).
Pero además, también les expresan claramente su amor y cariño hacia ellos, resaltando sus cualidades y ayudándoles a construir una autoestima positiva. No es de extrañar, por tanto que de aquí salgan las personas que en un futuro estarán más equilibradas psicológicamente, pues sabrán que tener unos límites no es sinónimo de desprecio o de ignorancia por parte de los padres, sino una parte más de nuestra vida.
Para terminar, indicar que la última de las categorías, la negligente, la formarían aquellos padres que descuidan a sus hijos, sin prestarles la adecuada atención y exponiéndoles a posibles riesgos para su integridad. Sería, para entenderlo mejor, el caso extremo de los padres permisivos, aunque sin el afecto propio de este grupo.
¿Tienes ya claro cómo quieres ser? ¡Ánimo! tu hijo te lo agradecerá…
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