La sierra de Almijara representa una de las últimas estribaciones de la cordillera Penibética antes de adentrarse bruscamente en el mar. A su sombra, se asienta Nerja, ciudad malagueña de la Axarquía oriental con un pie en la frontera provincial con Granada. Antiguo pueblo pesquero hoy reconvertido en un luminoso y concurrido enclave turístico que mira al Mediterráneo. ¡Te invitamos a recorrerla con nosotros! Os apuntaremos las cosas que se pueden ver y hacer en Nerja: desde Chanquete a los Cachorros del Chíllar.
Poblada desde la prehistoria, con una impronta judía y, sobre todo, morisca de fuerte tradición, es hoy un destino con encanto de sol y playa, muy conocido en toda España desde que en sus calles y calas se rodara la serie televisiva Verano Azul, hace ya cuarenta años, que paralizaba el país en torno a las peripecias veraniegas de Chanquete, el viejo pescador, y sus amigos. Parques, plazas, calles, nombres, estatuas y demás simbología recuerdan aquí por todos lados al famoso serial que puso en el candelero para siempre, apoyado por el auge del turismo en la España de la Transición, a esta preciosa localidad que le sirvió de escenario.
Paseando por Nerja
Encajada entre la autovía del Mediterráneo y la carretera nacional de Málaga a Almería, al norte, y el mar de Alborán que la baña al sur, Nerja mira al agua y a la lejanía de la costa africana desde el Balcón de Europa, mirador, referencia y punto de encuentro ciudadano. Se trata de un precioso paseo ajardinado, construido sobre las ruinas de un viejo castillo, que se adentra como una cuña sobre las olas y las rocas y sobresale en medio del perfil costero local.
A su izquierda, al fondo, se abre la pequeña playa de Calahonda, protagonista principal de la serie citada, con sus barcas y su falso chiringuito de cine, donde Chanquete da la bienvenida desde su lograda estatua del reducido paseo playero; más allá, dos calas conducen al arenal mayor de Burriana, la playa más grande y acondicionada del lugar, con gran ambiente de chiringuitos, restaurantes, atracciones, zonas deportivas y de baño, que se extiende bajo el alto acantilado que alberga el Parador de Turismo.
A la derecha del balcón, a la cala de El Salón, casi escondida bajo el acantilado, le suceden dos playas que comparten un precioso paseo marítimo de caminantes, perros y deportistas, amén de los bañistas que se solazan en la arena; al final, en la cercana desembocadura del río Chíllar (si se continúa por la línea marina, de frente, se entra en El Playazo, el último arenal urbano por el oeste, enorme y natural, desnudo y sin acantilados, con escasos servicios y en vías de mejora, ideal para un paseo tranquilo), que baja de la sierra sin apenas agua, el paseo se hace fluvial aguas arriba, ameno y florido y, tras pasar una zona educativa y el parque Verano Azul, donde se exhibe una reproducción del barco de Chanquete, muere en el puente que lleva a las rotondas de circunvalación occidental de la ciudad.
Hacia el interior, el Balcón termina en la plaza de la iglesia, completando la zona más animada del centro turístico, junto con las calles aledañas por encima de las playas y la plaza de España, un amplio cuadrado presidido por el ayuntamiento y en una de cuyas esquinas se ubica el Museo local. Y a continuación aparece el laberinto de calles que conforman el casco viejo, más tranquilas y de casas bajas y encaladas, con coquetas placitas y amenos rincones que contrastan con el mar de gente y el bullicio de hoteles, terrazas y tiendas que llenan la zona más cercana al mar. Y alrededor de todo este amplio centro, especialmente al este, acantilados arriba pero también por encima ya de la carretera nacional, subiendo hacia las faldas serranas, numerosas urbanizaciones, cerradas en sí mismas, se van adueñando de cada rincón edificable. Un pueblo de película.
Un recorrido natural: Los Cachorros del Chíllar
Los amantes del senderismo tienen una cita obligada y muy original en los alrededores de Nerja. No es precisamente para disfrute de barranquistas o escaladores expertos sino para un inédito y agradable paseo familiar. Cerrando la ciudad por el oeste, baja el río Chíllar en fuerte pendiente desde la sierra cercana. En su tramo penúltimo, antes de entrar al casco urbano, sus aguas se estrechan hasta encajonarse entre altas paredes que casi llegan a tocarse, formando un tajo espectacular conocido como Los Cahorros, un desfiladero de gran valor paisajístico y ambiental que se puede cruzar andando. Pero la originalidad de esta senda fluvial es que se camina dentro del propio cauce, con los pies en el agua, pisando y sorteando piedras de diferentes tamaños y avanzando contra la corriente, que baja espumosa y cantarina en busca del mar.
El recorrido no presenta grandes dificultades y el agua apenas pasa de los tobillos en su mayor parte, pero conviene prestar atención a las piedras y llevar calzado y ropa de recambio, así como comida, bebida y cualquier otro material para casos de eventualidad. Porque el recorrido no goza de regulación oficial y ya se han tenido que hacer rescates de gente que se ha extraviado o que ha sufrido algún percance. A pesar de ello, y sobre todo en la época estival, los excursionistas llenan el río en avalancha continua: jóvenes y viejos, niños y perros, familias enteras, grupos de amigos, deportistas de toda especie, fotos y más fotos. Por eso es conveniente, en lo posible, huir del pleno verano y más de sus fines de semana. Aunque el río llega al mar casi seco, baja antes con un caudal bastante amplio y regulado por la presa construida en su cabecera, así que la diversión está asegurada.
Para llegar al inicio de la ruta, los andarines pueden seguir el río desde su desembocadura por la senda ribereña urbanizada que en seguida se hace sendero natural y que los llevará directamente al punto de partida, o cruzar la ciudad desde cualquier punto en busca del río. Si se prefiere ahorrar energía y tiempo, puede accederse en coche a la zona norte, por encima de la carretera nacional; pasado el Mercadillo, hay un amplio aparcamiento con ese fin, para luego de una empinada bajada a pie alcanzar la entrada a la senda. Que se puede hacer sin guía, basta con no salirse del cauce, pues es forzosamente de ida y vuelta (salvo para deportistas que la utilicen como tramo de recorridos más largos por la sierra) y, por tanto, dependiendo de las fuerzas y de los protagonistas, puede reducirse o ampliarse a gusto del consumidor; y en solitario, pues siempre se encuentra gente disfrutando del natural pediluvio.
Pasada la barrera que cierra el inicio de la senda para los coches, se atraviesa primero una amplia explanada de gravilla y cantos rodados, con el río a la izquierda y las ruinas de la antigua cantera al otro lado, cerrada lateralmente por altas paredes de roquedal y bosque. El cauce exhibe al principio muy poco caudal pero, a medida que avanzamos, va aumentando y desbordándose en algunos tramos más o menos sorteables, al tiempo que el espacio se va estrechando, se va reduciendo la vegetación y pronto empieza a ser imposible caminar en seco. En adelante, pues, pies mojados sin remedio y piso de agua y piedras, única manera de transitar el desfiladero.
Tras pasar un tramo arbolado y el edificio de la Fábrica de Luz, con un precioso salto de agua y alguna cascada que algunos aprovechan para quitarse el calor, comienza el pasillo de los Cahorros, el tramo más espectacular, con el agua impetuosa abriéndose paso entre las rocas, de todos los tamaños, una explosión de espuma y de continuo runrún de fondo, las paredes laterales casi tocándose, el sol pugnando con dificultad por iluminar la escena, los anfibios humanos esperando su turno en los recodos más fotogénicos y las cámaras disparando sin cesar.
Cada paso depara una agradable sorpresa: un fondo, un encuadre, una esquina, una cavidad, un resalte, una escena distinta. Pronto se alcanza la primera de las pozas, pequeños embalsamientos a modo de piscinas fluviales, con cascada de contención, donde se aprovecha para descansar, comer y refrigerarse o darse un primer baño completo. Una segunda poza no muy lejana y más amplia, el Vado de los Patos, es el lugar ideal para disfrutar del entorno y donde la mayoría de los visitantes deciden dar la vuelta, que lo mejor ya está visto y tanta agua acaba cansando.
Siguiendo río arriba, el recorrido se hace algo más pedregoso hasta rematar en la Presa que lo regula y sirve de hito final. El regreso complementa el recorrido dando una perspectiva distinta de toda la ruta y permitiendo fijar la atención en algunos lugares antes pasados de largo. Sea como sea, son varios quilómetros de subida que luego hay que bajar, el ritmo es forzosamente lento y hay que hacer paradas para disfrutarlo a placer, lo que significa varias horas de húmedo trajín. Parece ser que la Administración quiere tomar las riendas del asunto y convertir esta interesante experiencia en ruta oficial atendida y regulada, además de abrir una pasarela en altura, tendida en la roca del desfiladero siguiendo el viejo canal hidroeléctrico, que constituiría una nueva senda del río Chíllar, esta en altura, como un segundo Caminito del Rey malagueño, aquí más completo y original, circular de ida y vuelta y doble: seco por arriba, húmedo por abajo. Interesante idea, a ver si cuaja.
Si estáis interesados en visitar otros puntos cercanos, os invitamos a ver nuestros post sobre Málaga o Antequera.