A escasa distancia al oeste de la capital almeriense, se halla la villa de Roquetas de Mar. Lo que era un pequeño pueblo costero de pescadores y cortijos se ha convertido en un atractivo núcleo turístico del sur mediterráneo. En la segunda mitad del siglo XX, su antigua riqueza salinera ha dado paso, primero, a un auge espectacular de la agricultura intensiva de invernadero a partir de los años cincuenta, y luego, al boom turístico de los sesenta, avivado por el caluroso clima y las amplias playas.
Los turistas se concentran en las zonas bajas, a pie de agua, dominando un laberinto de chiringuitos, hoteles, chalés, urbanizaciones y complejos residenciales provisto de todos los servicios. En la zona alta, alrededor del edificio consistorial, se ubica el antiguo vecindario, separado del fragor playero y con vida propia, nada que ver.
Roquetas: playa y turismo
La franja marina, donde se asienta la masa turística, ofrece la mayoría de las atracciones y visitas. Aquí la gente viene a descansar, en busca de sol y baño y a practicar cualquier actividad de ocio a su gusto y alcance. El centro neurálgico es el paseo marítimo y sus cercanías, un espacio alargado entre los arenales y el mar donde hay de todo: hoteles, bares, tiendas… Sin duda uno de los más amplios, largos y bien acondicionados, destaca por sus dimensiones, mobiliario y cuidados. Está dividido en zonas paralelas separadas según su función: pasear, correr, pedalear, sacar el perro. En algunos tramos, pocos, entran también los coches y muchos están ajardinados con hermosas zonas verdes salpicadas de palmeras. Son quilómetros y quilómetros de pistas bien pisadas y señalizadas, tomadas por numerosos paseantes de toda edad y condición, bicis y bicicarros de todas clases, atletas y deportistas, bañistas y curiosos.
El castillo, torreón de vigilancia primero, después refugio y defensa contra la piratería que amenazaba los barcos de sal, es hoy, remozado y abierto al público, un interesante museo de arte. El atrio funciona como centro de interpretación y animación artística, las salas expositivas están en la planta principal y la torre del homenaje ofrece también una pequeña exposición de temática naval, sirviendo sus almenas de excelente mirador sobre la ciudad y el agua. Ambas construcciones, junto con un anfiteatro escalonado y nuevo al aire libre, conforman una plaza de piedra en distintos niveles y un reclamo cultural imprescindible.
Las playas de Roquetas de Mar
La senda marina rodea el conjunto y, por el norte, entra de inmediato en la zona del puerto, espacioso de muro, espigón y pantalanes, con gran actividad y una buena muestra de barcos y veleros de todos los tamaños, que remata con las instalaciones del real club náutico. Continúa por la playa de la Romanilla, entre puestos, cafés, chiringuitos y parques infantiles, cortada por la Rambla del Cura, hoy polvo y arena, que desemboca por el norte del caserío. Pasada esta, y aprovechando que hoy es jueves, visitamos, a unos pasos de aquí, el interesante mercadillo local. En él nos quedamos, que ya está bien de patear. Siguiendo la ruta, nuevos arenales se alargan a lo lejos, después de rebasar unas viejas salinas, bajo el acantilado, hasta entroncar con el paseo marítimo de Aguadulce. Pero allí iremos otro día y motorizados.
Si, por el contrario, dejamos el faro hacia el sur, la senda marina nos encamina pegados a la larga playa de la Bajadilla, entre bancos de descanso y zonas verdes, grandes hoteles y chiringuitos concurridos, hacia su salida más directa, la avenida del Mediterráneo. Amplio vial de doble sentido, repleto de terrazas, tiendas y establecimientos variados, donde se encuentra la oficina de turismo y que conduce directamente a la carretera nacional costera que enlaza con la autovía del sur. Pero antes de alcanzar la avenida, desde el paseo, conviene desviarse por una de las últimas callejuelas que llevan a las residencias turísticas, para encontrarse con una iglesia atípica: la Capilla de los Vientos. Consiste en un escenario en arco, alto y abierto, que hace de altar y, abajo, sobre el cuidadísimo césped una bancada semicircular de bloques blancos donde los fieles pueden sentarse, al aire libre, en las ceremonias religiosas. Cuando llegamos, una marea de gente, extranjeros a lo que parece, están abandonándola después de acudir a misa. Toda para nosotros.
Capilla de los Vientos:
Continuando el paseo, llegamos a la playa Serena, con su magnífico campo de golf y su refinado ambiente. Entre altas palmeras termina “la Urba” (la extensa zona marina y turística, bien diferenciada así de la población local, que en las señales informativas de tráfico aparecía como “Urbanizaciones”) y comienza el campo abierto. Bueno, no tanto. Lo que se abre, inmenso, es el Sabinar, un humedal costero de salinas, dunas naturales y rala vegetación desértica, con charcas saladas y algún bosquecillo de sabinas, cruzado de sendas y caminos de tierra, con playas naturales que ocultan praderas subacuáticas de posidonia, que se alarga, anchísimo, hasta las cercanías de la costa de El Ejido vecino. Un paraíso protegido y abierto a senderistas, ciclistas, corredores, avistadores de aves o simples paseantes que escapan por un tiempo del bullicio ciudadano.
El Sabinar:
Aguadulce
En el mismo poniente almeriense, y dentro del término municipal de Roquetas, aunque algo más cercana a la capital provincial, se encuentra el pueblo de Aguadulce, al que se puede acceder en el bus local o en el de línea a Almería. Parece ser que la carretera nacional que lo une con la ciudad de Almería lleva tiempo cortada por sucesivos desprendimientos, lo que provoca los embotellamientos en la autovía y la preocupación de los lugareños que los sufren a diario. Porque, precisamente, hemos asistido aquí a una manifestación ciudadana que reclama soluciones al cierre de El Cañarete, la zona de los cortes.
Si la larga franja marina que acoge el turismo en Roquetas es un espacio amplio y llano, Aguadulce se encaja entre los acantilados y el agua, hasta la que bajan sus estrechas calles, a veces callejuelas con pasadizos y escaleras que intentan suavizar la dura pendiente. El paseo marítimo y la playa, muy cuidados, con gran ambiente de hoteles y chiringuitos y bonitas zonas verdes arboladas, se extienden camino de la capital roquetera pasando por las inmediaciones del yacimiento de la Algaida. Aquí se han hallado restos arqueológicos de un poblamiento continuado en épocas antiguas, desde cerámica argárica hasta enterramientos árabes pasando por un puerto comercial romano, pero la protección del lugar parece insuficiente.
Volviendo al paseo, en el extremo contrario, al final del arenal urbano, se encuentra el puerto deportivo de Aguadulce, grande y bien protegido, donde fondean todo tipo de embarcaciones, bien provisto de amarres, pantalanes y demás servicios náuticos. Al fondo, rodeando el edificio técnico, se abre un bonito paseo entre palmeras a lo largo del espigón que lo cierra del mar. En primer plano, la dársena principal, un paseo tomado por bares y restaurantes. A estas alturas no hay mucha gente y disfrutar de la puesta de sol desde una de las terrazas que dan a la playa, música, cerveza y buen ambiente, es un regalo inevitable.
El Ejido-Almerimar
Quien les iba a decir a los ejidenses de la primera mitad del siglo pasado que su pequeño pueblo de hortelanos y pastores, sin apenas lluvias y con un suelo semidesértico, se iba a convertir en lo que es hoy: la tercera ciudad de la provincia almeriense, con una gran pujanza comercial y un alto nivel de vida gracias a los invernaderos. Obraron el milagro tres elementos naturales: arena, estiércol, agua. Y, hay que decirlo todo, una mano de obra barata, tanto local como cada vez más procedente de la inmigración africana que aquí ha encontrado una vida distinta cuyas condiciones parecen adolecer, sin embargo, de gran precariedad.
Salimos ahora de Roquetas hacia el oeste en busca de ese nuevo Eldorado, por carreteras comarcales. Aunque toda la costa almeriense es una exhibición de invernaderos aquí y allá, como los de esta planicie que ahora cruzamos, la repentina visión que nos sorprende al avistar el pueblo es en verdad sobrecogedora: como una inmensa sábana blanca que brilla al sol, cientos y cientos de esas instalaciones agrícolas rodean la ciudad por todas partes. Es lo que se conoce aquí como el “mar de plástico”. Entramos al centro por la carretera nacional, que corta en dos el vecindario convertida en animado bulevar. El auge económico brilla a primera vista: actividad, tráfico, tiendas, bancos. Un café en la animada plaza mayor y salimos rumbo al mar. Al auténtico, aunque el plastificado continúa por todas partes.
Almerimar:
El mar de El Ejido se llama Almerimar. Nacida de un proyecto residencial de nivel alto, es hoy una población turística asentada sobre una franja costera dedicada a la agricultura intensiva. Con viales modernos, preciosos jardines arbolados y cuidadas zonas verdes, los hoteles y urbanizaciones y el concurrido ambiente se acumulan en torno al puerto deportivo, el verdadero corazón del lugar. Amplio en amarres y atraque, bien protegido, ofrece todo tipo de servicios de ocio y náuticos, en especial para aficionados a la vela, además de un campo de golf a sus espaldas. Hacia el oriente, el alargado paseo marítimo, precioso de verde y playa, nos llevaría al Sabinar que comparte con Roquetas; en el lado opuesto, pasando el pequeño lago Victoria, paraíso de remeros, la escondida población de Balerma es una opción más tranquila donde se hace compatible su pasado de pesca y torre vigía con el casi monopolio de invernadero que la envuelve.
*Os recomendamos otras paradas de nuestro viaje por el sur de España: el paso de 1 día por Jaén, Amuñécar o Málaga. ¡Andalucía en vena!