¿Quedan comunistas en España?

Publicado el 29 marzo 2014 por Vigilis @vigilis
Los camisas pardas se quejan de una conspiración de los medios de comunicación y de oscuros poderes reptilianos consistente en criminalizar sus actos de protesta pacífica. Son incapaces de hacer autocrítica y determinar su grado de responsabilidad en la irracional violencia que les acompaña. Si en verdad ellos no tienen nada que ver con supuestos grupos de exaltados infiltrados, lo que deberían de hacer es aislar a esos grupos y cooperar en la identificación de los mastuerzos con la policía. Pero no lo hacen.

Foto de Yusnaby.

Hubo una época en la que los comunistas españoles no eran camisas pardas. Hubo una época en la que los comunistas españoles no eran la banda de la porra. Defensores de una ideología criminal, sí, pero gente más o menos leída y gente prudente. Un hecho sorprendente en la violenta y triste historia del comunismo español fue la estrategia de la reconciliación nacional. Abandonar la lucha del maquis y practicar el entrismo en las estructuras franquistas. Estrategia con la que obtuvieron notable éxito, no en vano el PCE se quedó prácticamente solo en la oposición al franquismo. Toda referencia al cambio en España y a la oposición antifranquista pasaba por mencionar al PCE.
Fue en la Transición cuando el PCE va perdiendo paulatinamente fuerza y presencia. Sobre todo tras el retorno a España de quienes se exiliaron por la guerra. Cuadros dirigentes alejados de la realidad del país, del trabajo de campo de los militantes indígenas, vuelven con la mentalidad de guerra y de las dos Españas y eso fue una herida mortal para el PCE. Aunque la estocada que acabó por destruir el PCE bien pudo ser la contemporización con los nuevos movimientos separatistas. Movimientos políticos cuyos objetivos eran diametralmente opuestos a los del partido pero con quienes por estrategia política decidieron aliarse e incluso asumir sus fines.

No hay paridad.

Durante la Transición el PCE todavía daba muestras de no ser la banda de la porra. El aciago invierno de 1976, que vio morir a muchos militares, policías y comunistas a manos de asesinos nacionalistas de toda clase, fue testigo de la primera gran manifestación organizada por el PCE tras la guerra civil. Cien mil personas se manifestaron en Madrid en los funerales de los abogados de Atocha y el PCE todavía no era un partido legal. No hubo ni un incidente.
Otra anécdota de aquella época se dio cuando el PCE aceptó la bandera roja y amarilla. A la hora de hacer un mitin hubo quien llevaba la bandera tricolor de la segunda república. El servicio de orden del partido corrió a gorrazos a aquella gente. La disciplina todavía significaba algo. Y la dirigencia sabía que tenía que enviar un mensaje a la sociedad, más allá de fortalecer el control del partido.

Palabras prohibidas de un tiempo que nunca existió..

Pero esos tiempos han desaparecido, como desaparecieron las ilusiones de Aníbal tras la batalla de Zama. Según el nuevo tiempo democrático fue moderando las posiciones políticas, el PCE, carente de expertos en márketing, tiró por la vía del radicalismo no ideológico, sino de cara a la galería. La alianza con separatistas, los bailes con movimientos aberrantes para el comunista de vieja escuela (feministas, antinucleares, animalistas, etc) diluyeron como un azucarillo los fines del comunismo español. Las vagas referencias a un antiamericanismo elemental y las endogámicas fiestas de parvulario político trataron de rellenar la falta de alternativa ideológica sobre todo tras producirse la caída del Muro de Berlín por las ansias de libertad de la Europa esclavizada.
La misma historia del PCE explica cómo se ha llegado a esta situación terminal. El PCE se funda poco después de la III Internacional Comunista y seguirá durante la guerra civil la estrategia frentista de buscar alianzas heterogéneas. Con la muerte de Stalin y la denuncia de su reinado en el XX Congreso del PCUS, el PCE asume la citada política de reconciliación nacional. Al final de los Treinta Gloriosos surge el eurocomunismo como estrategia de entrismo en los parlamentos y un cierto lavado de cara en occidente ante los evidentes crímenes que ni China ni Rusia podían ya ocultar. La caída del bloque del este fue la piedra de toque que acabó de difuminar la idea y los fines comunistas en España. Tras aquello tenemos extravagancia, nostalgia y postureo.

Por un futuro preindustrial, a Himmler le gusta esto.

Carentes por tanto de un discurso alternativo, de un programa de gobierno, de una evaluación crítica de la situación política y social española se encerraron en sus autoreferencias. Onanista festival para consumo interno. Desde despachos universitarios con olor a marihuana hasta centros sociales con exposiciones de arte "alternativo", fueron metiendo en este caldo antiideológico cualquier cosa. En concreto todo aquello que significara romper con la trayectoria constitucional más estable y de mayor prosperidad en nuestra historia constitucional desde que corrimos a los franceses a navajazos.

Colaborar en una tele teocrática, justificar el nacionalismo y calificarse de comunista. Vale todo.

Para el comunista banal, hoy un mero vividor del erario público, un narcisista de los medios o alguien con excesivo tiempo libre, no hay nada del país que merezca ser salvado. El objetivo es reducir a escombros lo que se ve y después los espíritus de la tribu proveerán. Hasta tal punto es desastrosa esta idea que ni siquiera pueden identificar el ámbito geográfico de su acción. Hay elementos que actúan a nivel nacional (en su jerga, a nivel "estatal" pues confunden nación con Estado), otros en el ámbito de una comunidad autónoma, otros en un ámbito no institucional desbordando su comunidad autónoma, otros practican el Lebensraum del espetec. Un guirigay.
Guirigay que contrasta, insisto, con lo que todavía defendía el PCE a la hora de elaborar la Constitución del 78. Decía Solé Turá, ponente comunista de la constitución: «El artículo 2 no solo define a España, sino que define el techo político del cual no se puede pasar; y ese techo político es que es una nación indisolublemente unida, que es una patria común e indivisible». Hoy sus herederos políticos le llamarían facha y esto es lo dramático.

La alianza estratégica entre la extrema izquierda (donde a efectos discursivos ubico a los comunistas, aunque un comunista leído evidentemente me negará que es "de izquierdas") y el separatismo, es algo que no me deja de sorprender. España es esa excepción política en la que comunistas y nacionalistas cooperan como si este se tratara de un país en proceso de descolonización metido en el medio de la lucha por la hegemonía entre el bloque occidental y el bloque soviético. Ni existen esos bloques ni España está formada por colonias. Pero el burro en la linde.
Más sorprendente si cabe es este asunto cuando un mínimo análisis histórico nos informa de que el separatismo en España tiene su origen en el fenómeno de los nacionalismos de segunda generación. La descomposición de los grandes imperios europeos tras la Primera Guerra Mundial y el nuevo orden constituido sobre la base de los 14 puntos de Wilson, fomentó a movimientos nacionalistas que obtuvieron sus estados (centroeuropa, Balcanes). Estos movimientos nacionales eran precisamente el freno buscado por occidente para la contención de los movimientos revolucionarios liderados por Moscú. Los mismos rusos no dejaban de repetir que el nacionalismo era una herramienta de la clase explotadora para desunir al proletariado y hacer que se enfrente entre él mismo. Y es que para el comunista, la humanidad no se divide en naciones, sino en clases. Esto es de primero de comunismo. Rosa Luxemburgo, por ejemplo:
[La cuestión nacional] no puede solucionarse utilizando una especie de vago cliché, ni siquiera con una fórmula tan bien sonante como «el derecho de las naciones a la autodeterminación», porque tal fórmula expresa o bien absolutamente nada y, por tanto, es una frase vacía; o bien expresa, como mucho, el deber incondicional de los socialistas de apoyar todas las aspiraciones nacionales, en cuyo caso es simplemente falsa.
(...) el deber de todo partido de clase del proletariado de protestar y oponerse a la opresión nacional no procede de ningún «derecho de las nacionalidades» especial —como, por ejemplo, la lucha por la igualdad política y social de los sexos tampoco procede de unos especiales «derechos de la mujer», tal como pretende el movimiento burgués de emancipación de la mujer— sino que éste debe proceder únicamente de una oposición general al sistema de clases y a cualquier forma de desigualdad y de dominación social, es decir, de los principios básicos del socialismo.
En España, el comunista que dice estas cosas es un facha. Saturno dejándose devorar por los hijos de otros. Y es alucinante que sigan tirando hacia a delante con este batiburrillo en la cabeza

Bomba atómica en un cartel de la Revolución Cultural.

En esta cesta todavía tengo más pescado. Podemos hablar sobre el enfrentamiento entre Alemania y Rusia. Sobre el enfrentamiento entre dos escuelas de filosofía alemana. Cómo el marxismo-leninismo de primera hora surge para enfrentarse al idealismo alemán. Claro que esto es hilar fino. Nuestros camisas pardas no leen a los clásicos, tan solo tienen pájaros y mitos en la cabeza. Una obsesión antiintelectual que se traduce en montar hogueras en la universidad o en —agarraos que vienen curvas— pactar con teocracias como Irán.
En fin, esto se alarga. Si me acuerdo, en el futuro desarrollaré alguno de los puntos mencionados. Ceterum censeo Carthaginem esse delendam.