Quédate sin reproches, disfrutemos juntos del almíbar de las noches.
No me amargues con tus hieles de negrura, hagamos de este amor anfractuoso un remanso de agua nítida y pura. Quédate conmigo, indícame el camino, que yo te sigo. No abras esa puerta con el rostro descompuesto y la ironía cincelada en tu boca ladradora.
La felicidad es efímera y sus frutos maduros recogeremos ahora.
Quédate para quedarte, en silencio, sin miradas torvas ni palabras rotas, pues dejas mi corazón cubierto de polvo envuelto en un sudario de motas.
Viajemos a la Luna, el tren pasa a la una. No permitas a tus demonios mancillar este momento con tu rabia emponzoñada e inoportuna.
Toma mi mano, ya siento la tuya, aún perezosa, lánguida y espantadiza, como si sólo comprendiera el diálogo enfermizo de nuestras iterativas discusiones y el sabor acedo de la liza.
Cabalguemos juntos en un solo cuerpo. Tú serás mi estandarte y mi candil, y yo la suave brisa que logrará sanarte para volver a recuperarte, para volver a amarte.