La que con toda probabilidad sea la frase de John más citada, que está contenida en la letra de “Beautiful Boy” (el tema que le dedicó a su hijo menor, publicado en el “Double Fantasy”,1980), el famoso: “La vida es lo que te pasa mientras tú estás ocupado haciendo otros planes” cosecha por lo común adhesiones generalizadas. Es cómodo creer que, puesto que nada depende de nuestras decisiones, previsiones y planes, no tenemos otra cosa que hacer que aceptar los hechos como se presentan. Pero Lennon hace trampas y omite su decisiva intervención en los sucesos que jalonaron su existencia. Fue él quien se casó joven y quien tuvo un hijo del que no se ocupó debidamente, quien bebió más de la cuenta, quien se enganchó a sucesivos tóxicos, quien aceptó publicar caras A con los Beatles que deploraba, quien siguió al Maharishi, quien se apuntó a practicar el Grito Primal, quien se rapó al cero al dejar el famoso grupo que fundó, quien se encamó una semana con su nueva mujer ante la atónita mirada del mundo, quien publicó un disco panfletario (“Sometimes in New York City”) y, arrepentido (visto el rotundo fracaso comercial), lo hizo suceder por otro que volvía a cauces dulces y utopistas (“Mind Games”), quien se pasó un año arrojado del hogar y frecuentando amigotes (con los que colaboró, por cierto, más fecundamente de lo que había hecho en mucho tiempo) de curda en curda, sólo para volver al redil al primer toque de Yoko. A Lennon le pasaban toda clase de cosas, pero difícilmente puede sostenerse que él no tuviera que ver en ellas. Al fin, en sus últimos años, pareció hallar la paz, el equilibrio, incluso eso tan obsceno a lo que llamamos felicidad, cuando se acomodó a su naturaleza contemplativa (“Watching the wheels”). Y cuando John cayó abatido por los tiros de Michael Chapman hacía tiempo que había dejado de quejarse.
Habiendo transitado por él tan sólo cuarenta de los años que formaron la centuria, no cabe duda que fue John Lennon uno de los personajes más valiosos e influyentes del siglo XX. Como artista, como líder y como inspirador de las masas, fue el de Liverpool uno de las seres humanos más dignos de trascender a la leyenda de los que vinieron al mundo entre las dos guerras mundiales, y también, una de las personas, de entre las elegidas para perdurar, de las más vulnerables, contradictorias y expuestas. Algo había en John de disconformidad, de insatisfacción, de autocompasión que, pese a su privilegiada posición, alcanzada a la prematura edad de 23 años, le impulsaba a manifestarse en constante queja. No puede ser casual que el tema con el que se abría (en algunas ediciones, no en todas) el primer álbum de los Beatles presentaba a un plañidero John exclamando, tras un desgarrado acorde introductorio: “The world is treating me bad, misery”. Y la voz de John, más allá de su calidad intrínseca, siempre tuvo la cualidad de sonar arrebatadoramente sincera. En medio del jolgorio que sacudió el mundo al compás de aquellos cuatro chicos melenudos, una corriente de melancólica desesperanza se deslizaba garganta arriba de su miembro más genialmente creativo. Desde el “I’m a looser”, del “Beatles for sale” (1964), hasta el “Nobody loves you (when you’re down and out)”, del “Walls & Bridges” (1974), Lennon recorrió el camino de la amargura en todos sus grados. Cuando echaba mano del humor parecía hacerlo para cauterizar heridas.
La que con toda probabilidad sea la frase de John más citada, que está contenida en la letra de “Beautiful Boy” (el tema que le dedicó a su hijo menor, publicado en el “Double Fantasy”,1980), el famoso: “La vida es lo que te pasa mientras tú estás ocupado haciendo otros planes” cosecha por lo común adhesiones generalizadas. Es cómodo creer que, puesto que nada depende de nuestras decisiones, previsiones y planes, no tenemos otra cosa que hacer que aceptar los hechos como se presentan. Pero Lennon hace trampas y omite su decisiva intervención en los sucesos que jalonaron su existencia. Fue él quien se casó joven y quien tuvo un hijo del que no se ocupó debidamente, quien bebió más de la cuenta, quien se enganchó a sucesivos tóxicos, quien aceptó publicar caras A con los Beatles que deploraba, quien siguió al Maharishi, quien se apuntó a practicar el Grito Primal, quien se rapó al cero al dejar el famoso grupo que fundó, quien se encamó una semana con su nueva mujer ante la atónita mirada del mundo, quien publicó un disco panfletario (“Sometimes in New York City”) y, arrepentido (visto el rotundo fracaso comercial), lo hizo suceder por otro que volvía a cauces dulces y utopistas (“Mind Games”), quien se pasó un año arrojado del hogar y frecuentando amigotes (con los que colaboró, por cierto, más fecundamente de lo que había hecho en mucho tiempo) de curda en curda, sólo para volver al redil al primer toque de Yoko. A Lennon le pasaban toda clase de cosas, pero difícilmente puede sostenerse que él no tuviera que ver en ellas. Al fin, en sus últimos años, pareció hallar la paz, el equilibrio, incluso eso tan obsceno a lo que llamamos felicidad, cuando se acomodó a su naturaleza contemplativa (“Watching the wheels”). Y cuando John cayó abatido por los tiros de Michael Chapman hacía tiempo que había dejado de quejarse.
La que con toda probabilidad sea la frase de John más citada, que está contenida en la letra de “Beautiful Boy” (el tema que le dedicó a su hijo menor, publicado en el “Double Fantasy”,1980), el famoso: “La vida es lo que te pasa mientras tú estás ocupado haciendo otros planes” cosecha por lo común adhesiones generalizadas. Es cómodo creer que, puesto que nada depende de nuestras decisiones, previsiones y planes, no tenemos otra cosa que hacer que aceptar los hechos como se presentan. Pero Lennon hace trampas y omite su decisiva intervención en los sucesos que jalonaron su existencia. Fue él quien se casó joven y quien tuvo un hijo del que no se ocupó debidamente, quien bebió más de la cuenta, quien se enganchó a sucesivos tóxicos, quien aceptó publicar caras A con los Beatles que deploraba, quien siguió al Maharishi, quien se apuntó a practicar el Grito Primal, quien se rapó al cero al dejar el famoso grupo que fundó, quien se encamó una semana con su nueva mujer ante la atónita mirada del mundo, quien publicó un disco panfletario (“Sometimes in New York City”) y, arrepentido (visto el rotundo fracaso comercial), lo hizo suceder por otro que volvía a cauces dulces y utopistas (“Mind Games”), quien se pasó un año arrojado del hogar y frecuentando amigotes (con los que colaboró, por cierto, más fecundamente de lo que había hecho en mucho tiempo) de curda en curda, sólo para volver al redil al primer toque de Yoko. A Lennon le pasaban toda clase de cosas, pero difícilmente puede sostenerse que él no tuviera que ver en ellas. Al fin, en sus últimos años, pareció hallar la paz, el equilibrio, incluso eso tan obsceno a lo que llamamos felicidad, cuando se acomodó a su naturaleza contemplativa (“Watching the wheels”). Y cuando John cayó abatido por los tiros de Michael Chapman hacía tiempo que había dejado de quejarse.