Es una especie de guía de la ciudad con muchos datos, anécdotas y recuerdos, todo contado con mucho sentido del humor, pero también ironía y crítica hacia los tiempos que nos están tocando vivir. Pero no ha sido lo que imaginaba. Esperaba encontrarme más humor, más risas, más carcajadas, y aunque alguna que otra me ha arrancado, no lo voy a negar, lo que más me ha transmitido este libro es nostalgia. Añoranza, morriña, recuerdos. Buenos recuerdos, buenísimos recuerdos de Madrid. Una ciudad que me enamoró la primera vez que la visité, en diciembre de 2006, y en la que he sido muy feliz estos cinco años. Una ciudad que me ha dejado huella y que jamás podré olvidar. La historia de la autora, Raquel Peláez, es muy parecida a la mía. Ella llegó a Madrid procedente de su Ponferrada (León) natal en febrero de 2009, en autobús. Yo también lo hice en autobús y solo ocho meses después, en octubre de 2009. Las dos somos periodistas, escritoras y blogueras. Y, cómo no, unas enamoradas de Madrid, una ciudad que siempre sorprende, que nunca se descubre y se disfruta del todo porque siempre tiene algo más que ofrecernos. En definitiva, las dos somos de provincias y las dos creamos el blog al poco de vivir en Madrid, algo muy típico de los provincianos cuando llegamos a la gran ciudad. Así que no solo me he sentido muy identificada con la autora si no que, por encima de todo, me ha encantado volver a Madrid de su mano. Recorrer su skyline con el pirulí, las torres Kio, las cuatro torres o torre Picasso. Recordar el sabor de los sándwiches de Rodilla o las pulgas del Cien Montaditos. El sabor de la cerveza, Mahou, siempre Mahou, servida en un mini y no en un katxi, y con tapa, por supuesto, bendita costumbre madrileña. Entre sus páginas no he sabido responder a la pregunta de si es moralmente reprobable emborracharse en un VIPS, pero he recordado con muchísimo cariño las cenas y las jarras de sangría en el Madrid-Madriz, los desayunos con churros o porras a horas intempestivas, recorrer las cafeterías-librerías de Malasaña, las juergas en el Penta, aquella fatídica noche en la sala Clamores, las horas muertas comprando o tan solo hojeando libros en la Cuesta de Moyano, los interminables atascos en la M-30. Pasear una vez más por Gran Vía, Sol, Huertas, Fuencarral, Chueca, Noviciado, La Latina o el templo de Debod. Los cafés en el Comercial o en el Gijón, las meriendas-cenas en el VIPS, comer gallinejas y entresijos en Las Vistillas en la Verbena de la Paloma o en la Pradera en San Isidro. La excursión a Mejorada del Campo para visitar la catedral de Justo, esa que todos habíamos visto en un anuncio de Aquarius. El metro, tan imponente, lioso y temible al principio y tan cómodo, cotidiano y familiar poco después. Eso sí, si en algo no estoy de acuerdo con la autora es cuando dice que en el metro de Madrid no se lee. Yo soy la primera que, si iba sola, siempre iba leyendo, y veía a muchísima gente que también lo hacía. Será que no cogíamos las mismas líneas ni a las mismas horas... Porque creo que en la única estación en la que no he visto a nadie leyendo es en la estación fantasma de Chamberí. Todo esto y mucho más tiene sitio en este libro que también habla, entre otras muchas cosas y personas, de los museos, Carmen Martín Gaite, David Summers, Javier Marías, Fernando Martín, Christina Rosenvinge, el incendio del edificio Windsor y, cómo no, la clínica López Ibor, uno de los centros psiquiátricos más conocidos y prestigiosos. Y, por supuesto, también de prisas, agobios, atascos, aglomeraciones, el insoportable calorazo de agosto, pero también de la delicia y gozada que es pasear por la ciudad, especialmente a la noche, cuando todo el mundo ha huido a la playa y solo quedamos los turistas y unos pocos valientes con amigos con piscina. Porque sí, Madrid es para valientes y para locos. Tiene muchas cosas malas, como todas las grandes ciudades, imagino, pero también tiene muchas otras buenas, muy buenas, buenísimas. Y tiene además el cielo más azul que he visto en mi vida. Un cielo que no esperaba, con tanta contaminación y tanta polución. Un cielo precioso, intenso, que invita a soñar, a sonreír, a vivir, a ser feliz. Un cielo de un color que para mí, desde hace cinco años, siempre será azul-Madrid. A los que sois de Madrid, a todos esos amigos maravillosos e inolvidables que hemos dejado allí, os encantará este libro. A los que, como yo, sois de provincias y a mucha honra pero habéis vivido o vivís en Madrid, también os hará disfrutar. Y a los que todavía no conocéis esta fantástica ciudad, os animo a descubrirla en persona, en vivo y en directo, pero también a través de estas páginas.
Ah, se me olvidaba, solo un último consejo antes de que salgáis del blog. Por favor, tener cuidado de no introducir el pie entre coche y andén. Si te interesa el libro puedes encontrarlo aquí.