Había una pantalla retransmitiendo el pleno del parlamento catalán en la calle y el símil futbolístico era tan fácil que mejor no eludirlo, abrazarlo sin ambages. Por fín vimos algo que nunca pensamos que veríamos: un montón de gente reunida para ver algo que no fuera un partido de fútbol. Salió Puigdemont con una hora de retraso para reprocharle al Gobierno lo que ya sabíamos, que les impusieron un estatut que nadie votó y que por eso se han levantado en rebeldía. Declaró la República de Catalunya y acto seguido la suspendió como el que les dice a los amigos a las tres de la mañana que no hay huevos a irse a Valencia a darse un baño en la Malvarrosa; todos saben que la pasión acaba derrotada siempre por el sentido práctico de la vida, de tal modo que Puigdemont le pidió diálogo a Rajoy. Arrimadas leyó el texto que había traído de casa, así que el discurso de Puigdemont quedó en el aire sin respuesta, como si el colega pesado que propuso ir a bañarse al mar siguiera agitando las llaves del coche. Iceta respondió a Puigdemont, ok, vamos al mar pero, ¿llevas bañador o nos bañamos en pelotas? El Parlamento de Ana Gabriel fue tan inocente que me adherí con beligerancia a sus palabras; entre la inocencia y la hipocresía yo siempre he preferido la primera. Una República sin fronteras creo que dijo, o una independencia sin fronteras, o una soberanía popular amiga de los pueblos del mundo. No terminé de creerme el pesar de la CUP, y creo que todo ha sido impostado; la orden, que no sabemos de quién vino, parecía indicar: actúen. Después Puigdemont firmó un papel y todos se fueron a casa, no sé por qué les imaginé a todos juntos en un autobús escolar cantando tristes canciones infantiles.
Como toda pareja que sabe que su tiempo ha terminado, el independentismo y el Estado nacional, para saborear las virtudes del sexo sin amor, parece que se hubieran dado el capricho de un último polvo sabiendo que la reconciliación ya es imposible. Así que antes de las hostias por saber quién se queda con los cd´s, los libros y las alfombras, un último beso salvaje: hablemos.
Al día siguiente Rajoy le preguntó a Puigdemont si había dicho lo que había dicho u otra cosa distinta. Cuando uno oye algo que no le gusta pregunta encolerizado ¿qué has dicho? Yo lo siento, pero la política me está pareciendo un asunto tan sumamente mentiroso, banal y grotesco que no puedo dejar este registro cínico de los acontecimientos. No hay que ser muy listo para saber cuál será la contestación de Puigdemont: lo que hemos dicho es que queremos dialogar. El requerimiento de Rajoy parece ser que forma parte del dispositivo que llevamos oyendo desde hace semanas, el cientocincuentaycinco, un número extraño, una llave legal que sirve para reventar todas las cerraduras del Estado Autonómico, porque, amigos, las autonomías de este país podrían revelarse y esto ya estaba previsto desde el 78.
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