Desde que hace unos días, por boca de un amigo que mucho lo admira, me enteré de que Luis Eduardo Aute se encuentra en coma, no he hecho otra cosa, a cada poco, que pensar en él, imaginármelo con dolor en esa especie de limbo del que casi nada sabemos, y desear con todas mis fuerzas que pueda salir de esa gruta cuanto antes. Cuando ese pensamiento me asalta, lo conjuro imaginando que un golpe de fortuna o de magia simpática, o simplemente uno de esos caminos de la física y la química, aún no bien conocidos, que son capaces de incorporar caudales de energía a la vida consciente, le permite regresar a ella para seguir ejerciendo, como hasta ahora, su intensa, melancólica, hermosa y consoladora lucidez.
Me consta que somos muchos los que queremos a Aute sin restricciones. Quizás porque le debemos mucho. No sólo, entre otras tantas cosas, el himno que nos ayudó a salir de la noche más larga. O el gesto de la resistencia frente al poder y la estulticia. O las mil formas de ponerle al amor nombres que ni el amor conoce. También un montón de belleza en forma de imágenes dibujadas y movidas con singular ligereza, con la armonía que sólo está al alcance de los artistas totales.
En mi caso en particular, le debo además una tarde de conversación pausada y generosa, junto con un par de amigos, durante la que se produjo, entre otros momentos memorables, un intercambio de entusiasmos por la condición lúdica del lenguaje, y en particular por el mundo de los palíndromos, género y especie de los que Luis Eduardo se declaró un incesante («Aute, prepárese: será perpetua» [CAR: 4,25]) cultivador. «Hasta el punto —recuerdo que nos dijo— de que me llega a costar trabajo leer de seguido, sin buscarle la vuelta a las palabras, sobre todo si son grandes titulares». Fue una tarde en la que el artista ta admirado se nos reveló provisto de la gran humanidad que cabía suponerle a quien nos había proporcionado tantas horas gratas y tantas sensaciones nobles. Pero que rara vez tiene uno la posibilidad de comprobarlo de forma tan clara, cercana y, digamos, natural.
Por todo esto, y más, queremos tanto a Aute y nos unimos a las palabras que alguien le dedicaba recientemente: «Vamos, amigo, ánimo, despiértate, que aún nos espera el mundo y somos muchos los que te queremos».