Qui suis-je?

Publicado el 19 enero 2015 por María Bertoni

Pocas horas después de que el atentado contra la redacción de Charlie Hebdo se convirtiera en noticia, miles de usuarios de Facebook adhirieron a la consigna “Je suis Charlie” o “Soy Charlie Hebdo” para expresar solidaridad con las víctimas de las ejecuciones y repudio contra el accionar criminal de un terrorismo que algunos tildan de “fundamentalista” a secas y otros, de “árabe”, “islámico”, “musulmán”, “integrista”, “jihadista”. Casi enseguida, otros suscriptos a la red social difundieron la contra-consigna “No Soy Charlie Hebdo” para explicar el atentado a partir de la conducta imperialista de las potencias occidentales, para acusar al semanario francés de desplegar un humor “racista” o “islamófobo” (por lo tanto funcional al statu quo blanco), para denunciar la hipocresía de una opinión pública que se rasga las vestiduras ante el asesinato de doce ciudadanos franceses pero que asiste con indiferencia a la desaparición de los estudiantes normalistas en México y a la masacre de palestinos en Gaza.

¿Qué pasaría si, a contramano de este fenómeno facebookeano, dejáramos de sostener que (no) somos Charlie y tratáramos de definirnos más allá de una consigna rápida? Esta pregunta inspiró la redacción del siguiente texto en primera persona, titulado “¿Quién soy?” o -a tono con el idioma de la proclama original- “Qui suis-je?”.

—————————————————————————————————————————————————————–

Definirnos más allá de las consignas que irrumpen en medios tradicionales y redes sociales. Ésa es la idea.

Miércoles 7 de enero, onceavo arrondissement de París. Un grupo comando ingresa a los gritos en la redacción de un semanario satírico francés y, mientras invoca a Alá y a Mahoma, acribilla a siete humoristas gráficos, dos periodistas, un empleado de Sodexo y dos custodios policiales. La noticia irrumpe en la vida cotidiana de los argentinos con una estridencia similar a la que el atentado a las Torres Gemelas de Nueva York provocó más de una década atrás.

Antes de ver esta filmación difundida por la prensa gala, imagino el asalto como un compendio de escenas con impronta hollywoodense. En otras palabras, recreo lo sucedido con rostros, planos, coreografías, sonidos recurrentes en el cine industrial.

En ese instante, la cabeza amaga con distinguir entre buenos y malos y con sentar posición (entre los buenos, por supuesto). El corazón presiona en nombre de la profesión que elegí (trabajé casi dos años en la redacción de una pequeña editorial porteña) y del vínculo afectivo e intelectual que mantengo con Francia (soy egresada del Liceo Jean Mermoz, tengo familia y amigos franceses).

Presa de esta identificación con los trabajadores de prensa asesinados y con los franceses en general, siento empatía con la proclama “Je suis Charlie”. Pero la afinidad termina revelándose limitada por otras cuestiones que también me definen, y que chocan con parte del discurso esgrimido por los propaladores de la consigna solidaria.

El cine pochoclero habrá condicionado mi imaginación, no así mi percepción de la actualidad mundial. De hecho, soy alérgica a los films que denuncian la existencia de un solo terrorismo (hace rato, de aquél atribuido al “fundamentalismo árabe”) y que reivindican la superioridad moral de un Occidente siempre justo, probo, democrático, civilizado.

Antes que Charlie Hebdo, soy ciudadana de un país periférico. También soy un compendio de pasajes de libros y artículos escritos por Franz Fannon, Edward Said, Noam Chomsky, Eugenio Raúl Zaffaroni. Por eso entiendo que el atentado al semanario satírico se articula en gran medida con las masacres masivas y por goteo que los países centrales perpetran -o contribuyen a perpetrar- dentro y fuera de su territorio. Por eso doy un paso al costado cuando me invitan a acompañar a la distancia la manifestación encabezada por dirigentes que financian, ordenan y silencian matanzas con fines económicos pero, eso sí, en nombre de la democracia, la libertad y la seguridad (inter)nacional.

El sábado pasado, el suplemento humorístico del diario Página/12 le dedicó su tapa a la reacción en cadena que el atentado a Charlie Hebdo provocó en las redes sociales. Clic en esta imagen -apenas un extracto- para ver la versión completa de la portada en cuestión.

Al mismo tiempo, evito jerarquizar crímenes. Sensible a la advertencia de Zaffaroni en este capítulo de La cuestión criminal, discrepo con los adherentes a la contraproclama “No soy Charlie Hebdo” que desdramatizan la muerte de doce ciudadanos franceses con cifras más elevadas, por lo tanto más impresionantes: 43 estudiantes desaparecidos en México y miles de afganos, iraquíes, palestinos asesinados a manos de los Estados Unidos y/o sus aliados.

También rechazo las expresiones, en general solapadas, de una lógica similar a la que engendró la tristemente célebre expresión argentina “Por algo será“. A modo de ejemplo, vale citar la ocurrencia de -justo el 7 de enero- ingresar a muros facebookeanos de contactos visiblemente conmovidos por el atentado para recomendarles La batalla de Árgel de Gillo Pontecorvo. En ese contexto, la sugerencia suena más a provocación que a llamado a la reflexión.

La dicotomía “Soy Charlie” / “No soy Charlie” alienta la simplificación de un conflicto de larga data, tan enorme como complejo, al que deberíamos asomarnos con la mayor prudencia posible y atentos a quiénes somos, cómo pensamos, porqué entendemos como entendemos una realidad que -nos guste o no, y al margen de lo que creamos- conocemos a medias. Somos -o deberíamos ser- algo más que portadores de consignas al servicio de discursos maniqueos que terminan reforzando la idea de que estamos asistiendo a un nuevo episodio de la lucha entre el Bien y el Mal.