Un año después de su triunfo sobre Alfredo Pérez Rubalcaba (PSOE), con una mayoría parlamentaria de 185 diputados, Mariano Rajoy se enfrenta a las constantes protestas de la calle. El Gobierno trata de contener el malestar expresado en manifestaciones de todo tipo, sobre todo las últimas, que no dejan de incrementarse. No se quiere imitar ni repetir el escenario heleno de fuertes movilizaciones (con 25 huelgas generales en tres años), pero, aunque se insiste en que “España no es Grecia”, las imágenes de indignación, desesperación ciudadana y pobreza (más de 21% de la población española vive ya por debajo de ese umbral) se adueñan cada día con más fuerza de la prensa nacional e internacional.
¿Qué ha hecho Rajoy para que este descontento no deje de crecer? En primer lugar, ha invertido la política que predicaba en la oposición. Su promesa de no tocar los impuestos ha quedado olvidada. Un mes después de su victoria, ya anunciaba una subida de impuestos (IRPF e IBI) y un recorte del gasto público. En marzo de 2012, los Presupuestos Generales incluían el mayor recorte del gasto público de la democracia (13.400 millones). Su ministro de Hacienda, Cristóbal Montoro, anunciaba más impuestos a las grandes empresas para recaudar 27.000 millones al tiempo que decretaba una amnistía fiscal para que aflorasen 25.000 millones defraudados sin que, al final, consiguiese ni la mitad de los mismos. Todo lo que dijo que no tocaría lo ha manoseado hasta lo inaudito. Los recortes en el sector público y la privatización paralela de servicios hasta ahora gratuitos y universales constituyen una de las claves del deterioro de la confianza social en Rajoy y en su Gobierno.
El presidente ha asumido el derribo de sus líneas rojas y el incumplimiento total de sus compromisos electorales en materia económica: subió el IVA, redujo parcialmente el subsidio por desempleo, suprimió la paga extra de Navidad a los funcionarios, eliminó la desgravación por vivienda en IRPF, aumentó los impuestos medioambientales y multiplicó los recortes, sobre todo los que afectan al gasto social y otros que se ceban con el llamado cuarto pilar del Estado de Bienestar. Mientras tanto, el Ejecutivo sigue volcado en salvar el sistema financiero y aprueba hasta tres reformas sobre el mismo. La reforma laboral que el presidente del Gobierno presentó en su programa electoral como la panacea para la creación de empleo no ha frenado la destrucción de puestos de trabajo y ha traído un significativo abaratamiento del despido, con el agravante de que al paro está a punto de alcanzar a seis millones de personas, según la última Encuesta de Población Activa, y el número de afectados por los EREs que facilita la nueva legislación ha aumentado de forma alarmante.
A todo ello, se suma el drama presentado con toda su crudeza en los desahucios por impago de hipotecas. El Banco de España prevé un 30 % más en 2013. Así las cosas y, ante la falta de perspectivas a corto y medio plazo, los ciudadanos optaron por echarse a la calle en un año de constantes protestas, abucheos y movilizaciones sin precedentes que incluye dos huelgas generales convocadas por los sindicatos e innumerables manifestaciones y movimientos ciudadanos, que encuentran cada vez más seguidores y tienen preocupados al Gobierno central y al de las Comunidades Autónomas.
Al presidente del Gobierno le han llegado de los medios extranjeros todo tipo de opiniones negativas sobre su figura política y su gestión de la crisis a lo largo de su primer año. Una de los más amables, “The Economist” de hace unas semanas, cuando tildó de “misterioso” a un presidente que desespera a sus colegas por su empeño en no informar sobre sus planes ni a quienes les afectan. Las más duras, del norteamericano “The New York Times”, precisamente, cuando Rajoy y el rey estaban allí participando en la Asamblea anual de la ONU. El periódico criticó, con un duro reportaje, la “pobreza” a la que la “austeridad” de Rajoy estaba llevando. La prensa alemana, que apenas recogió la visita de Merkel a España, tildó al presidente español de su “simpatizante”, argumentando su absoluta disposición para cumplir los deseos de la canciller alemana. Y la prensa francesa fue de las más contundentes en sus reproches y, en todos sus diarios (“Le Monde”, “Libération” o “Le Figaro”), criticó con dureza la “imprecisión” de Rajoy, su ambigüedad y ese misterio con que suele actuar desconcertando a sus colegas europeos. Un año después, ¿quién cree a Rajoy?