Cuenta France en su novela que Thaïs había nacido en Alejandría "de padres idólatras, libertos y pobres", su padre tenía una taberna que frecuentaban marineros, su madre era avara ("contaba y recontaba lo recaudado"), "flaca y triste... iba como un gato hambriento de un lado a otro de la casa", tenían un esclavo nubio que sufría el maltrato del padre de la niña, se llamaba Ames y pasaba mucho tiempo con ella, era "como si fuese para ella un padre, una madre, una nodriza y un perro a la vez". Ames le cantaba y contaba historias fantásticas y, cuando Thaïs hubo cumplido los siete años, otras menos fantásticas relacionadas con la religión, porque Ames era cristiano, estaba bautizado bajo el nombre de Teodoro, era época de persecuciones para los cristianos, aún no se había dictado el famoso edicto de Constantino. Como quiera que Thaïs un buen día le pidió que quería ser bautizada, Ames decidió instruirla a fondo por las noches, en el establo, pues allí dormía Thaïs al no tener cama en casa. Una vez iniciada, Thaïs recibió el bautismo. El padre de Thaïs había comenzado a odiar a Ames, temía que con sus predicaciones se sublevaran los esclavos y un día que desapareció un salero de plata de la taberna acusó al esclavo de robo, como Ames tenía tan mala fama sin una sola prueba fue condenado y crucificado, se le conocerá como San Teodoro el Nubio. Thaïs tenía entonces 11 años. "Su alma infantil dedujo de lo que veía que la bondad en este mundo impone los más horribles sufrimientos; y renunció a ser buena, porque su carne delicada temía el dolor". "Antes de la pubertad se entregó a los muchachos del puerto, y siguió a los viejos que de noche iban a la busca en los arrabales", su madre la castigaba porque no le entregaba lo ganado con su prostitución. Un día se encontró con una vieja que le promete una mejor vida dedicándose al baile y marchó con ella, quien le enseó "a latigazos" la música y el canto, y "flagelaba con tiras de cuero aquellas piernas preciosas cuando no se levantaban a compás al son de la cítara", la alquilaban a los ricos negociantes de la ciudad para bailar en sus fiestas y después en los "bosquecillos del Oronto... ella se entregaba a todos, sin conocer el precio del amor" Tenía pretendientes pero los rechazaba con horror "y, sumida en la oscuridad, pasaba horas y horas en su lecho sollozando, con la cabeza hundida en las almohadas". Así conoció a Loio, el hijo del procónsul, y se fue con él a su casa. Al cabo de seis meses, "de repente, Thaïs se sintió desamparada y sola" y lo abandonó, pensaba "que vivir con un hombre al que no hubiese amado siempre sería menos triste que vivir con un hombre al que ya no amaba", fue admitida por una compañía de actores y se convirtió en la actriz más admirada de Antioquia, entonces deseó ser admirada en su ciudad, Alejandría, y a allí marchó. En Alejandría acudió a pretenderla el filósofo Nicias pero ella lo despreció porque él no creía en nada y ella en todo:
"No lo amaba, y hasta la irritaba con frecuencia sus elegantes ironías. Le desagradaba su duda incesante, porque no creía él en nada y ella creía en todo. Creía en la Providencia divina, en el sumo poder de los espíritus malignos, en los conjuros, en la suerte y en la justicia eterna. Creía en Jesucristo y en la buena diosa de los sirios; creía también que las perras ladran cuando la sombría Hécate pasa por las encrucijadas, y que tina mujer puede inspirar amor sin más que verter un filtro en una copa envuelta en un vellón ensangrentado de una oveja. Tenía sed de lo desconocido; llamaba a los seres sin nombre y vivía en espera constante. Temía el futuro y deseaba conocerlo. Se rodeaba y de sacerdotes de Isis, de magos caldeos, de farmacópolos y de brujos, que le engañaban siempre y de los que no se desengañaba nunca. Temía la muerte y la veía por todas partes. Cuando sentía voluptuosidad, imaginaba que un dedo helado se apoyaba en su hombro desnudo, y entonces profería espantosos gritos entre los brazos opresores del amante. (...) Lamentaba la muerte de sus padres y, sobre todo, su falta de cariño hacia ellos. Cuando veía sacerdotes cristianos, recordaba su bautismo y sentía turbación."
Un día, cuando ya había terminado la persecución a los cristianos, pasó por una Iglesia y al preguntar qué celebraban el diácono le dijo que celebraban la memoria de San Teodoro el Nubio, que murió mártir en tiempos de Diocleciano, "al oir estas palabras cayó Thaïs de rodillas y lloró. El recuerdo casi extinguido de Ames se reanimaba en su espíritu". Al volver a casa rechazó a Nicias y "tendióse de bruces sobre la alfombra y pasó la noche sollozando, resuelta en lo sucesivo a vivir, como San Teodoro, en la pobreza y en la sencillez.. Desde el día siguiente, se lanzó de nuevo en los placeres a que se había consagrado".