Quien es el revolucionario real

Publicado el 01 agosto 2012 por Francescbon @francescbon
Todos los libros se leen por algún motivo inicial. Uno romántico pero estrafalario es que el destino te los ha puesto en las manos mientras paseabas descuidadamente por una librería o una biblioteca, y ese breve instante cambió tu vida. Bien, puede que alguien que me lea quiera compartir un momento así aquí. Pero no seré yo quien empiece a pintar tan bucólico paisaje. La mayoría de los libros que leo son porque me ha gustado algún otro de su autor. Otros los leo empujado por críticas hacia ello (no siempre positivas, por cierto), y gracias a los blogs, las recomendaciones empiezan a cobrar gran importancia. Los pedantes llaman a eso bookcrossing. Joder con las putas palabrejas inglesas para definirlo todo.
Éste lo vi reseñado en el blog de Mr. Blue. Con gran entusiasmo. Que ha resultado contagioso; no todo un experto en Bolaño lee que que otro experto en Bolaño declara un escritor relativamente desconocido como su escritor favorito. Algún piloto se enciende allí, en el cuadro de indicadores, sección cultural: ¿qué narices tendrá este Evelio Rosero, entonces?.Para empezar: una escritura sin mácula. Mi corta experiencia con la literatura colombiana se limitaba a Vallejo y García Márquez: justo un libro corto de cada uno de ellos. Curioso: me habitúo con facilidad a los dejes propios del castellano de Colombia: mucho más rápido que al de México, por cierto. Y esta novela tiene bien definidos sus flash-back, uno de como un siglo hacia atrás, en boca de familiares de testigos directos, y algunos más, siempre claros y siempre por exigencias del guión. No sé cual será el recibimiento que tendrá su autor en su país: pues el libro pone en seria tela de juicio (o al menos su personaje principal, un ginecólogo con el que rápidamente se empatiza) la muy entronizada figura de Simón Bolívar.
Es un muy buen síntoma saber que el autor no vive, como consecuencia de su obra, condenado a la eterna huida, como Salman Rushdie o Roberto Saviano. Importante saber que la libertad de expresión no es solamente una línea en las leyes de los países. Que se puede opinar de vivos y muertos, por ilustres que pretendan ser, y salir indemne del intento. Importante saber de esa polémica, que puede rodear al libro, pero no tanto como saber que el libro es un prodigio de escritura. Puede aludirse a ese capítulo central, que empalidece algo en su incrustación algo prolongada en la acción, si bien lo hace con un motivo: mostrar con pelos y señales cuales son los motivos, tanto generales como concretos y detallados, que ponen en tela de juicio esa imagen heroica del libertador de un continente. No sé si los hechos son ciertos o resultan alterados en beneficio de la trama: no pienso esmerarme en indagarlo más de lo necesario. Si todo es una mentira para provocar reacciones y generar polémica, bienvenida imaginación y bienvenida mentira cuando el resultado es tan brillante. ¿O no es mentira casi toda la ficción?. ¿No está ahí la gracia?. Tejer una trama y que sea o pueda ser o no sea o no pueda ser más todas las posibilidades intermedias. Si, por el contrario, es verdad, verdad corroborada y científica a la que sólo falta acompañamiento notarial, quizás aún mejor: no hay mejor pretexto para la gran mentira de la ficción que el del esclarecimiento encubierto de la verdad. Ficción que es sueño que se esfuma y nos deja llenos de dudas, pero conscientes del disfrute real. Claro que leer ese libro habitando uno de esos países esquilmados e inestabilizados por acción y voluntad del sistema político dominante no es lo mismo que leerlo desde la comodidad de la indiferencia europea (o el ombliguismo absoluto). Pero el valor, acaso, es superior. Puede que al tramo final le sobren algunas páginas, eso sí. Pero leer esta novela sin nublarse por la pasión de estar o no de acuerdo con parte de su contenido, resulta un disfrute más puro: el de un novelista con una riqueza estilística exuberante, y una buena dosificación de la trama.