En literatura, se suele confundir a menudo la figura del escritor y el que cuenta la historia, ya sea un narrador personaje u omnisciente (narrado en tercera persona, el que todo lo sabe). De tal forma, rápidamente sabe el lector quién nos está contando la historia. Y, de sobra es conocido, que el narrador nunca es el autor. Es una regla suprema escrita con sangre y un par de ojos de tritón que todo alumno de literatura o escritor primerizo debe aprender.
La diferencia estribaría en que el autor es la persona que inventa o produce, en este caso, una obra literaria; por ejemplo, Francis Scott Fitzgerald. El narrador, por lo tanto, se refiere a la persona que nos narra y cuenta la historia; en este caso sería Nick Carraway, narrador en El Gran Gatsby (de Fitzgerald). Y es que en el maravilloso mundo de la clasificación de los narradores podemos encontrar un mosaico variado entre narradores internos y externos.
Pero no todo es blanco o negro y la, aparentemente, robusta línea que separa narrador y autor puede desmoronarse. José Saramago hace una proposición muy particular en el libro El lector no lee la novela, lee al novelista.
Este estracto, desde luego, te hace pensar. Es cierto que cuando nos gustan un determinado escritor, nos dirigimos a él y nunca a los personajes que nos narran la historia. ¿Alguna vez habéis oído, qué ganas tengo de leer las aventuras de Nick Carraway? No valoramos al narrador, sino al autor de la obra literaria. Sí es cierto que podemos encapricharnos de un determinado narrador testigo o protagonista, Watson, por ejemplo, vive en nuestros corazones.
¿Pero qué ocurre con el narrador omnisciente, el que todo lo sabe? A él nunca lo tenemos en cuenta. ¿Puede que exista un planeta con narradores omnisciente de grandes obras de la literatura? Allí podemos encontrarnos a los narradores omniscientes de todas las novelas, menos La hojarasca, de Gabriel García Márquez, ¿o son todos el mismo? O también al narrador de Un mundo feliz, de Aldous Huxley. Todo es posible. Mientras tanto, que cada uno apele a su propio criterio.
Escrito por María Bravo