Protestas fuera de debate (Foto: Ángel Navarrete. Público)
¿Quién ganó el debate anoche entre los líderes de los dos principales partidos? Porque al final todo se circunscribe a eso: a ganar o perder en ese duelo bajo el foco, pactado. Los acólitos de uno y otro han tirado a su campo y hacen ganador al suyo. Normal y previsible. El espectador, desde luego, no ganó. Rubalcaba preguntaba, Rajoy leía (esta vez sí entendía la letra, aunque de otros), Rubalcaba proponía y Rajoy preguntaba por qué no las habían puesto en práctica antes, que tiempo ha habido. Rajoy campeón versus Rubalcaba aspirante al título. Rajoy-conferenciante, Rubalcaba-periodista en dos monólogos de sordos y ciegos (nada de corrupción, ni caso Gürtel, ni Pepiños, una tibia referencia a política energética, cero inmigración, vuelo raso sobre política europea, ni pío sobre los mercados que van a seguir rigiendo la política los próximos cuatro años…). Mientras Rubalcaba parpadeaba con compulsión, Rajoy abría los ojos desorbitadamente. Había algo en su expresión que me recordaba a Peter Sellers como el inefable inspector Clouseau en La Pantera Rosa, quizá ese aire de perplejidad cuando no entendía la letra de su propio programa. Difícil sacar conclusiones entre la maraña que se organizaba en temas como sanidad, educación, pensiones, subsidio de desempleo (tampoco hubo referencias al PER) o servicios sociales, por no hablar del rifi-rafe sobre las diputaciones, un tema que debe preocupar muchísimo a esos españoles de los que siempre habla Rajoy si nos guiamos por la intensidad del debate cuando se tocó el tema. Bien, ganó, por un lado, la empresa que se adjudicó el catering (18.000 euros) y gané yo, concretamente, un año más. Feliz día.