Ya lo dice el refrán, «quién mucho abarca poco aprieta», y así me siento yo, incapaz de aplicar la presión suficiente para hacer nada digno de mención aún a pesar del tiempo que invierto en ello.
Casi se me ha olvidado lo que era disponer de horas para leer, cocinar o incluso estar con la familia. Ahora, en cambio, me paso el día corriendo de un lado a otro sin levantar el culo del asiento. Sí ya sé que eso es una incongruencia, pero es que mi movimiento es siempre sobre la pantalla de un ordenador. Y ni siquiera sé por qué me quejo, porque la culpa es exclusivamente mía. Nadie me obliga a entrar en el juego, pero es que es tan atractivo… Lo cierto es que por no salirme del redil, por aquello de que «el que no está no sale en la foto», al final, como es lógico, las veinticuatro horas del día no me dan de sí ni estirándolas. ¿Que a qué redil me refiero? Pues ya lo sabes… ¡Al de las redes sociales! Sí, sí, has leído bien. Las redes sociales son hoy el opio de pueblo. Ríete de la religión, el fútbol y otras zarandajas. ¿Tú te has parado a calcular la cantidad de horas que invertimos en ellas? ¡A quién se le ocurriría inventarlas! Bueno, sí, sabemos a quién o quiénes, pero ésta pretendía ser una pregunta retórica… Lo cierto es que, con la excusa de socializar con mi gente y dar a conocer el producto que publicito, pero que en realidad todo se reduce a una retahíla de sandeces que a nadie le importan, cada día pierdo unas valiosísimas horas saltando de muro en muro del Facebook, chafardeando en Twitter y cotilleando por los blogs. Tantas que, si las juntara, después de un mes tendría tiempo suficiente para homenajearme con unas suculentas vacaciones. Y anda, ¡dime que estoy mintiendo y tú no haces eso…! Porque digo yo que si en estos momentos estás leyendo estas líneas es porque estás atacado por el mismo mal que una servidora… Negarás que igual que yo, tú tienes el mismo modus operandi; somos carne de cañón. Lo primero que hacemos cada mañana, después de encender el ordenador, y con la excusa de aprovechar el tiempo mientras se cargan los nuevos correos electrónicos de nuestras múltiples cuentas, es conectar el navegador de Internet. ¡Y ahí ya la hemos liado, amigo! Porque lo que pretendía ser un repaso rápido por las diversas redes sociales en las que estamos suscritos, termina siendo, como mínimo, un par de horas. «¡Por Dios, qué desastre! ¡Con todo lo que tengo que hacer!», nos lamentamos al darnos cuenta que, en leer la meteorología de los diferentes puntos de España, incluso del mundo; enterarte del estado anímico y físico de la mitad de la lista de tus amigos; contar a media humanidad lo bien o mal que has pasado la noche, y descubrir con sorpresa cuántos de tus conocidos se han acostado con sus parejas, en el mejor de los casos, se te ha ido media mañana. Y después, cuando ves que no llegas a hacer todo lo que tenías previsto para esa jornada, te juras y perjuras que es el último día que actúas de ese modo mientras piensas, ¿y yo que he sacado en claro después de tres horas de compadreo en la Red? Porque… «¿A mí que me importa la temperatura que hace en Villaojerillas de Arriba? Claro, que a cambio de ese inestimable dato, yo he informado a todo el mundo que en mi pueblo hace tanto frío que los grajos han hecho surcos en el suelo. Total, puede que a alguien le interese…». «Eso sí, menos mal que me he enterado de que mi colega está feliz como una perdiz porque ha recibido una noticia super-mega-fantástica que aún no va a desvelarme… Me alegro muchísimo, de verdad, aunque todavía desconozco el motivo de su felicidad y así se lo he hecho saber. Lo peor de todo esto es que no entiendo por qué no me lo ha contado todo de tirón para que pueda de verdad congratularme con él. ¿Que porque algo se lo impide? Vaya por Dios, tendré que volver a entrar en su muro mañana a ver si tengo suerte y se le ha soltado la lengua». «¡Vaya, chica, cómo lo lamento! Siento mucho, de verdad, que tengas una diarrea galopante! Y dime, ¿has pensado en llevarte el portátil al cuarto de baño para irnos relatando con detalle el proceso…?». Y así, con semejante despliegue de noticias trascendentales, descubro que todavía no he empezado a generar trabajo y que, encima, todavía no he escrito en todos los grupos, páginas y muros que habitualmente visito que he recibido la crítica de mi vida de mi última novela. ¿Que eso no le importa a nadie? Pues lo siento… Yo lo pongo por si acaso. Y lo repetiré mil veces para que alguien me lea, aunque sólo sea por aburrimiento. Y de paso voy a machacarles por décimo día consecutivo, y por este orden, con el booktrailer de la novela que estoy promocionando, con el número de seguidores que tengo en mi blog, con el enlace a mis numerosos proyectos y, para rematar la jugada, con un fragmentito de mi último parto literario que, aunque está sacado de todo contexto y no emociona ni a las gambas, después de hacerlo me voy a quedar como un general de división. Seguro que esto me reporta un montón de futuros compradores… Total, que llegados a este punto, miro el reloj y me digo, «¡Caramba, las doce de la mañana! Esta noche me tocará quedarme trabajando hasta las tantas. Voy a ver si me tomo un cafetito y me pongo al tajo. Pero antes, para luego no interrumpir la tarea, haré una rondita de Whatsapps entre mis amistades telefónicas…».
En fin, lo dicho, ¡cómo nos daba de sí el tiempo cuando no existía Internet!
Y tú, ¡ponte a trabajar de una vez! ¿Acaso, te han resuelto la vida mis elucubraciones?Que no, pues ya sabes…