Revista Cultura y Ocio

Quién me iba a decir a mí que acabaría hablando de Rosa de Benito

Publicado el 10 diciembre 2013 por Evagp1972

Quién me iba a decir a mí que acabaría hablando de Rosa de Benito
Esta tarde he ido a la mercería que hay cerca de casa para ver si podían arreglarme la cremallera del anorak. Es una mercería muy pequeña, llena hasta el techo de cajas con guantes, medias, pijamas de señora, toallas, paraguas, pulseras de plástico y anillos de ésos que a los dos minutos te dejan el dedo negro, o verde.
Espérate un momento que esto te lo arreglo ahora mismo, me dice la señora en chándal tras el mostrador. Niña, vente un momento, que no sé si es un uno o un tres, dice, y se abre una cortina al fondo, y veo a una chica adolescente con la melena rubia y larga con mechas rosas, a lo Christina Aguilera. Está sentada junto a la que podría ser su abuela, frente a una mesita con un tapete de los de antes, y sobre la mesita hay una tele encendida, también pequeña. La niña mantiene la cortina abierta con una mano y con la otra sostiene el mando a distancia de la tele, pero sigue viendo el programa atentísima, y la abuela no quiere perder detalle. Parece que se trata de un programa del corazón y que se acerca alguna revelación trascendental, o eso promete la presentadora. 
Veo que tienen una estufa pequeña a los pies de la mesita; de ahí el calorcillo tan agradable que estaba sintiendo yo en las pantorrillas. Han de estar realmente a gusto en esa salita, viendo la tele ahí las dos calentitas, sin más preocupación que atender a los clientes que entren, de tanto en tanto, si es que hace falta. ¡Niña!, reclama la madre, y la niña se levanta y viene hasta el mostrador arrastrando los pies, mírame si esto es del uno o el tres, anda, y ella  coge mi anorak con sus manos, las uñas cortas y mordisqueadas por todos lados, la pintura rabiosamente violeta desgastada aquí y allá, debe de ser la moda, me digo, y la niña dice con seguridad absoluta esto es un uno, y vuelve a la salita con la abuela. Muchas gracias, cariño, y la madre rebusca en una bolsa de plástico llena de piezas metálicas, encuentra la que busca, coge unos alicates, saca la pieza defectuosa e intenta sustiruirla por la nueva. Parece que cuesta. Vaya, se disculpa, parece que esto no quiere entrar, y yo le digo tranquila, no tengo prisa, y me entretengo escuchando de fondo el programa y los comentarios de la abuela, sinvergüenza, dice, mirando a la tele, no te digo que se ha ido con la rubia ésa, cuando tenía en casa una señññññññora, lo dice así, marcando todas las eñes, y la niña no dice nada pero afirma con la cabeza, pero cómo seguía ella enamorada de ése, sigue la abuela, si le ha robao tó y la ha estafao… y la niña inclina la cabeza, son cosas del queré, abuela, le dice, así, la niña a la abuela, como si le revelara una verdad incontestable, son cosas del queré, abuela, repite, que llevan mucho tiempo casaos y eso… 
La señora que me está arreglando la cremallera, deduzco que madre de la niña, recrimina a la tal Rosa Benito que no se divorciara antes de su marido, hay que ver, con la mala vida que le ha dao, y me habla de un tal Amador como si yo lo conociera de toda la vida. Menudo nombre, Amador. Al parecer ese señor le ha dado tantos disgustos a la tal Rosa Benito que ésta, harta y desesperada, ha estado a punto de matarse con una sobredosis de pastillas. Madre mía, le digo yo, y la señora me pone al día de la vida de estos personajes como si los conociera, como si fuera ella la que le hizo a la tal Rosa el lavado de estómago en el hospital, que se tomó una caja entera, oiga, y la abuela interviene, ésta lo ha hecho pa llamar la atención, si una quiere matarse se mata y ya está, que dicen que cogió el teléfono y avisó a todo el mundo que se había pasado con las pastillas. Y la niña que bueno, pero que ella lo estaba pasando muy mal y a lo mejor lo hizo con buena intención - ¿un intento de suicidio con buena intención? Me lo explique, pienso-, y mientras la señora del chándal tras el mostrador sigue dale que te pego a los alicates y la cremallera, empiezan a debatir las tres que si Rosa miente que si no, hasta que sin transición aparente, en dos minutos vuelve la madre a la cremallera y la niña y la abuela a escuchar el programa, y me digo que quizás lo que están viendo sea un programa basura, pero están las tres bien entretenidas, y se está tan bien aquí, tan calentito…  De repente la madre me dice hala, esto ya está, y la cremallera se desliza de nuevo por su autopista dentada, ay qué bien, muchas gracias, qué le debo, serán tres cincuenta cielo, y casi me sabe mal pagar e irme de ahí, de este rinconcito cálido esta tarde de diciembre. 
Hace sólo unos minutos que he regresado a casa y me he puesto enseguida con el ordenador, pero no puedo concentrarme con la corrección que he de acabar para el miércoles. De hecho, estoy casi tentada de irme al comedor, encender la estufa y poner TeleCinco, a ver si pillo aún el programa, para ver quién tiene razón al final, si la madre, la niña, la abuela, el tal Amador o Rosa de Benito.

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