"No necesito saber la verdad".
Esta es la nueva tendencia en la política y, sobre todo, en las redes sociales. La verdad como un hecho contrastable con evidencias, no meras opiniones o imaginaciones. Hechos, pruebas, resultados. Verdades como puños. Como puñetazos implacables. Verdades que dejan KO a quien duda, a quien trata de imponer sus convicciones, ideales, deseos, estados de ánimo o disconformidad. Verdades que duelen e incomodan, que liberan y dan oxígeno. Verdades que no quisiéramos conocer porque se tambalearían los cimientos de nuestra forma de ver la vida, que no deja de ser la manera en que somos, la raíz de nuestro pensamiento, de nuestro valor como seres humanos. De nuestro ser.
En estos tiempos de postverdades, "hechos alternativos", desinformaciones, noticias falsas, bulos, hoaxes, doblepensamientos, los hay que no quieren saber la verdad. Y no son pocos. Son una gran marabunta. Ruidosa, fea, maleducada. Que ha encontrado en Twitter su anónimo patio de recreo y (auto)destrucción. "No necesito saber la verdad", rebuznan. No. Para qué necesitan saber la verdad cuando pueden construir su propia realidad. Gobernar en ella. Manipular. Amenazar e insultar. Si creamos e imponemos una realidad a nuestra medida no necesitamos justificar nuestros actos ni, mucho menos, mentar a la verdad.