9 noviembre 2014 por Co-Report
“Cuando mis pálidos restos
oprima la tierra ya,
sobre la olvidada fosa,
¿quién vendrá a llorar?
¿Quién en fin, al otro día,
cuando el sol vuelva a brillar,
de que pasé por el mundo
quién se acordará?”
Escribía Bécquer entre la tristeza y la incertidumbre. Se preguntaba quién estaría a su lado en el momento de morir o quién le recordaría cuando él ya no estuviera. Quizás Bécquer, en su corta vida no tuvo tiempo de tomar consciencia de la magnitud de su obra, pues de haberlo hecho habría obtenido la respuesta. Que al otro día, al brillar el sol iban a ser cientos, miles o cientos de miles los que recordaran su paso por el mundo y que más de 150 años después aún tantísimos desconocidos revivirían parte de lo que él sintió al escribir sus textos.
Esta semana una alumna adolescente me preguntaba: “profe, ¿no te da rabia que tanto esforzarse en la vida es pa nada? Porque todos vamos a morir”. Le contesté después de una incontenible carcajada por la impulsividad de su tono y la ocurrencia. “No tiene sentido la rabia, quizás lo tenga la prisa. Prisa por querer hacer tanto en tan poco tiempo, aunque al final ni nos vamos a aplaudir ni a frustrar por haber o no concluido todos nuestros propósitos. Basta con haber inventado la penicilina, haber compuesto la novena sinfonía o haber viajado a la luna. Pero también basta con haber ayudado a alguien a aprobar un examen o a cruzar la calle, haber enseñado algo a un hijo, a un sobrino o al niño de la vecina del quinto. Basta con haberle dado un beso a aquel compañero que tanto te miraba en el recreo pero no atinaba a articular una frase cuando te le plantabas delante. Cualquier pequeño detalle hace que tu vida haya valido la pena. Por supuesto que no es para nada. Al revés. Ese tanto que te esfuerzas en la vida es todo”.
Me faltó levantarme, mirar por encima del horizonte, fruncir el ceño y terminar subiendo el tono con una cita célebre, como la que escribía José Martí “La muerte no es verdad cuando se ha cumplido bien la obra de la vida”, y digo me faltó, porque un adolescente no tiene tiempo para semejantes discursos y enseguida me frenó con un: “vale, vale, profe. Te creo”, a lo que, por supuesto, contesté con otra carcajada.
Esta misma semana terminamos un reportaje en un cementerio donde quedan reflejos ahora cabizbajos de quienes rememoran a los que ya no están. Allí tuvimos la suerte de conocer a Griselda y a Nieves, que con “Una flor para el recuerdo” de sus seres queridos, nos mostraron que su paso por el mundo no se olvida por más que salga el sol y se ponga ni por más flores que se marchiten.
Foto: Co’Report