Superándome mis neuronas a estas alturas del año, dando vueltas y vueltas a algo que siempre me ha gustado mucho y no es otra cosa que la palabra querer.
Si nos atenemos a lo que nos indican los diccionarios, todos sabemos lo que queremos decir y expresar con ese verbo.
Desear, amar, tener voluntad de, resolver, pretender, en fin, casi un sin fin de actitudes y sentimientos.
Pero hace tiempo que me ronda en mis pensamientos una palabra derivada de querer, en concreto quiéreme.
No es tanto que me quieras, que también, es más, es algo envolvente, es pedir que me quieran como soy, como somos.
Necesito que me quiera el mundo y yo a él.
Y esto puede parecer que es una petición egoísta, quizá muy egoísta, por mi parte. Pero yo no lo percibo de esta forma, ni mucho menos.
En realidad, es un alegato dirigido a la humanidad.
Es un desprendimiento de mi yo, hacia los demás es, por así decirlo, un canto a la vida, a esa vida que me ha dado todo sin yo pedir nada.
Y por eso o por ello, precisamente, quiero trasladar a los demás que en realidad es mi amor a todos, a todos los que sin saberlo también quiero, por eso digo al mundo: quiéreme.