Hoy no pensaba escribir sobre la coronación (o como se diga) del rey. De hecho, no pensaba ver, escuchar ni leer nada al respecto. Ya hay suficiente basura edulcorada sobre el tema disponible en cualquier medio de comunicación. Vamos, que me proponía dejar pasar el día a nivel informativo, esperando que en un futuro cercano la burbuja monárquica en que nos han metido empezara a desinflarse.
Sin embargo, a la hora de los festejos reales he entrado en Twitter y entre comentarios jocosos, tuits ingeniosos (algunos más que otros) y viñetas realmente graciosas (gran éxito el de ‘Orgullo y satisfacción’, iniciativa de los dibujantes disidentes de la censura de ‘El Jueves’), se han colado fotos y mensajes muy preocupantes, escandalosamente preocupantes para una supuesta democracia moderna.
Madrid, un clamor multitudinario para jalear al nuevo rey.
Llevamos un tiempo en que los continuos atropellos a la libertad de expresión, al derecho a la disensión, a la contestación, se han convertido en norma. El gobierno, apoyado en los cuerpos de represión, ejerce un control enfermizo sobre quienes piensan diferente, recurriendo a su criminalización sistemática. Han secuestrado la democracia, atribuyéndose en exclusiva la legitimidad para “defenderla”. Así, cualquier tipo de protesta, por muy pacífica que sea, es protagonizada por enemigos de la democracia y del Estado de derecho. Se trata de una dinámica terrible, que mina la resistencia de las personas honestas que luchan a diario para hacer posible que los valores democráticos continúen vigentes en este país tomado por una minoría que sólo entiende de proteger sus privilegios.
Hoy ha quedado plenamente demostrado que en España esos valores democráticos están absolutamente supeditados a los privilegios de la casta que nos esquilma. Sí, la casta. Casta, casta, casta. Lo escribiré una y mil veces si hace falta, porque es así, por mucho que los miembros de esa élite parasitaria se hagan los ofendidos.
La policía retiene a una mujer por llevar una bandera republicana.
Esta mañana en Madrid la policía ha detenido, golpeado, identificado, impedido la libre circulación a personas por el simple hecho de vestir con los colores de la bandera republicana o por gritar “¡Viva la República!”. Es escandaloso, inconcebible en cualquier sistema democrático. La policía se ha dedicado a localizar y reprimir cualquier expresión no acorde con la exaltación monárquica y patriótica. Incluso ha llegado a subir a la redacción de un periódico digital (eldiario.es) para pedir que retiraran una bandera republicana que habían colgado de la ventana.
Aparte de ser una vergüenza y un atentado contra los más elementales derechos de las personas (la libertad de expresión es el más preciado tesoro de cualquier democracia real), tal intolerable exhibición de autoritarismo revela el miedo atroz que la casta (la presidenta de la Junta de Andalucía, Susana Díaz, y el presidente de la Comunidad de Madrid, Ignacio González —curiosamente ninguno de los dos elegido por la ciudadanía—, son casta, sonriente y monárquica. Los presidentes de los gobiernos del PPSOE son casta, monárquica y todo lo opuesto a sonriente) tiene al clamor democrático que, pese a la obsesión por silenciar y criminalizar, está creciendo desde la calle y que amenaza muy seriamente con dejar a un buen puñado de chorizos sin pastel del que trincar.
La presidenta andaluza del PSOE y el presidente madrileño del PP, felices en la coronación del rey.
Los expresidentes, la alegría de la huerta.
El miedo cambia de bando, y como perros rabiosos que son se defienden atacando, aunque ello signifique mearse en la democracia que tanto defienden. Su democracia. Una democracia que ya ha quedado claro que no es nuestra, y que si queremos recuperarla vamos a tener que pelearla.
Nuestras armas son muy limitadas, no disponemos de un ejército de medios de (des)comunicación vendidos, enemigos de la información, medios de propaganda que se dedican a enjabonar e intoxicar a partes iguales, que están al servicio de esa casta que pretende que nada cambie, que todo continúe atado y bien atado, como lo dejó el artífice del sistema que nos ahoga.
Hoy la democracia ha recibido una puñalada mortal. Continuarán atacándola, asegurando que la protegen, hasta cargársela definitivamente y nos olvidemos de ella, o hasta que, por fin, demos la vuelta a la tortilla.
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