Quiero descongelar a Disney

Publicado el 20 mayo 2014 por Francisco Francisco Acedo Fdez Pereira @Francisacedo
Hace tres o cuatro semanas que no me encuentro bien de salud y los médicos no encuentran el porqué de mis síntomas, mientras tanto espero enclaustrado en casa. No tengo miedo a los resultados de las pruebas, de hecho se podría decir que quienes me rodean y conocen la situación lo están más que yo, quizá porque confíe en la Providencia, quizá porque no tengo miedo miedo a la muerte desde que la vi de cara. Sólo tengo respeto al dolor, pero eso es algo que también sé sublimar, o me han preparado para ello, en teoría. El estar, como digo, encerrado es algo que me está viniendo de maravilla. Por una parte soy excesivamente casero y solitario, lo fui de niño y estoy volviendo a serlo, voluntaria o involuntariamente. Pasan los días y entre la medicación que me atonta y mis reflexiones veo pasar el tiempo y mi vida. Me depuro a base de infusiones, frutas y verduras, sin verme obligado a esos almuerzos fuera de casa donde uno debe comer de todo. A pesar de lo que muchos piensen soy de una austeridad de puertas para adentro que muchos no creerían. En parte la Regla a la que libremente me someto obliga a ayunos y abstinencias, pero éstos sólo deben hacerse si hay caridad tras de ellos, si no, carecen de sentido y se convierten, como cualquier acto rutinario, en mero fariseísmo. No creo, en cualquier caso, que estas cuestiones interesen mucho a quien esté leyendo y no debo de seguir por este camino, porque la innecesaria ostentación de virtud es pecado de soberbia. No existen ángeles sobre la tierra, al menos que veamos a simple vista, porque están en todas partes.Junto a la depuración alimenticia me estoy sometiendo a otra depuración interna, más profunda y personal. Me enfrento a mí mismo por primera vez en mucho tiempo. Por muchos exámenes de conciencia, por muchas meditaciones, por mucha oración mental que uno lleve para el cuerpo, si no nos detenemos un segundo de poco nos sirve. Los últimos años de mi vida han sido frenéticos en demasiados sentidos, demasiado llenos de viajes y de trabajo, de obligaciones y de devociones, unas porque las he querido, otras porque me han venido dadas, pero sobre todo han sido años de privaciones, silencios, ataduras, sacrificios, y alegrías voluntarias e impuestas, de las que no puedo hablar, porque una mordaza de fidelidad me lo impide, pero ha sido inevitable que me marquen, como me marcaron en su día amores y desamores. Pocos saben a lo que me refiero, y algunos pocos de ésos que lo saben no sacan ni el tema porque contiene en sí demasiadas restricciones para hacerlo. Se da por supuesto, pero no se menciona explícitamente. Quienes lo conocen, saben lo duro que ha sido y tienen la caridad de no mencionarlo. Mientras yo, que pensaba tener todo esto superado, me veo podando en plena primavera las ramas de la memoria de mis últimos años. Mi conciencia no es necesario podarla. Yo sabía a qué me enfrentaba y con qué jugaba. Jugué con fuego y casi me quemo, pero antes de que las llamas me consumieran recordé que tenía un cortafuegos. Una noche, hace siglos, cuando todavía existía eso llamado messenger, alguien me preguntó por mi olor preferido, yo dije que la bergamota (el Earl Grey fue durante años mi té preferido, ahora me inclino por el Bnglish Breakfast o el Assam, con los años me van gustando en ciertos terrenos las emociones más fuertes), y la persona que estaba al otro lado de la pantalla y que acababa de romper con su pareja me dijo que el suyo era el de la persona amada. Esa frase se me quedó clavada en la mente para siempre. Yo crecí entre el aroma sutil de perfumes, los densos olores del taller, la intensidad de los neumáticos y las tapicerías nuevas en los distinto negocios familiares, la chimenea del Cuarterón, los olores del campo, de la cocina de mis abuelas, de las matanzas. Demasiados olores desarrollaron en mí un sentido agudo del olfato que no perdí jamás, habiendo sido un fumador empedernido hasta hace unos meses. La respuesta me hizo detenerme a pensar, me marcaba más la refinada bergamota que el olor de alguien a quien hubiese amado. Era el momento de replantearse cosas. Poco tiempo antes aquella charla había encontrado un neceser de mis tiempos de Madrid que no había vuelto a ver. Al abrirlo encontré el motivo, un frasco de perfume que me trajo a la memoria amores y desamores cortos, intensos y furtivos. Cacharel había marcado esa época y con esa época se fue, como Gaultier marcó una de las más maravillosas, de ésas a las que tendemos a llamar doradas, cuando época dorada debería de ser cualquiera. Pues aquí estoy, intentando convertir en dorada esta época y reconociendo en voz alta que no retengo en la pituitaria ningún olor corporal. Ya sé por donde irán algunos, pero les respondo, nada me prohíbe amar, al contrario, tengo el mandato de hacerlo.Y aquí me tienen, excavando grutas en mi seno interno, sin recrearme en nada de lo que hasta ahora no he tenido tiempo de analizar. Mis viejos fantasmas, tan conocidos que ya aburren, ahí están y con ellos moriré, pero los de estos tiempos nuevos son físicos y con la distancia, que dicen que es el olvido, van que chutan y con la indiferencia aun más. No tienen aroma, quizá por su propia obsesión aséptica, y si han dejado algo en mi ánimo ha sido la duda de saber qué he significado en estos años. Con su pan se lo coman y no garantizo que algún día no abra la boca, porque los tiempos de hacer el pardillo se acabaron. Este mundo está lleno de hipocresía y tarde o temprano tendremos que atrevernos con ella. Quizá antes haya que limpiar el sistema y con esa limpieza la hipocresía se vaya por su lado, o quizá haya que tirar de la manta y decir a los cuatro vientos que ya va siendo hora de que cada cual se enfrente a la existencia tal y como es y que no tenga que esconder cosas que no hay que esconder tras matrimonios pantalla o respetables instituciones que a fuerza de tapar ya han dejado de serlo a ojos de todos. No seré yo quien empiece la caza de brujas, pero si algún día empieza no me importará unirme a ella, siempre y cuando no haga daño a terceras personas, pero si las terceras personas son consentidoras otro gallo canta, como el que canta a los engañados de los hipócritas, en forma de cónyuge, de electorado o de asamblea, por citar dos ejemplos al mero azar, que en esto de esconder hay muchas y muy variadas formas. Quien avisa, no es traidor.Pero no son sólo estos pensamientos los que llenan mi mente en estos días, faltaría más, pero cuando hay que vomitar algo es mejor empezar siempre por lo que más trabajo cuesta. He aprovechado el punto y aparte para hacerme un té (Assam, por si alguien tiene la curiosidad) y encender un poco de incienso, otra de mis manías, tanto cuando trabajo, como cuando me relajo, o leo... Dependiendo de lo que haga enciendo uno u otro. El mundo del incienso es algo apasionante y su olor mezclado con un té hecho en una mug en la que un muñecote dice “laughing in the face of Evil” sobre un plato decorado con una escena de caza británica no puede sino traerme recuerdos de mis días junto al Canal de la Mancha, que allá volverán en este mismo instante. Continúo adentrándome en mi gruta. En los últimos años he acumulado demasiadas cargas personales y estoy poniendo orden en ellas. Ya va siendo hora de que ponga orden en mi vida y para eso ha llegado la hora de soltar lastre. Llevo siglos diciéndolo, pero no soy capaz de hacerlo, e un modo u otro siempre me convencen para que me embarque o me vuelva a embarcar en las empresas más inverosímiles en las que, no sé cómo me apaño, yo siempre acabo poniendo la cara y perdiendo y los que se quedan en la retaguardia sacan pingües beneficios. Creo que de todos es sabido que me muevo en el campo de la nobiliaria y bien merecerá que dedique un post exclusivo a este tema, si es que a alguien le puede interesar, que me temo que sí. Ahí sí que se necesitaría desenmascarar y no pararíamos. En mi particular poda hay demasiadas cosas, algunas costará cortarlas, otras ni lo intentaré. Me he parado a pensar en el paso del tiempo. En este año hará veinte años que terminé la carrera y diez que me compré la casa. Muchos me dicen (y sólo han visto un pequeña parte de mi currículo) que cómo me ha dado tiempo a hacer tanto. Cuando lo veo me doy cuenta de que es amplio, pero no lo suficiente, he perdido mucho tiempo, como quizá en este momento lo esté haciendo escribiendo en este blog, pero, por otro lado, hice mucho en pocos años. Estos últimos, con la maldita crisis no cuentan. He trabajado en ellos y como un negro, pero entre unas cosas y otras demasiado trabajo gratuito y poco remunerado. No quiero lujos ni los necesito, ya hablé de mi frugalidad, pero tener la seguridad de que llego a fin de mes y pago la hipoteca es más que suficiente. Por desgracia ya no tengo perra ni gato que mantener y mientras no sepa qué voy a hacer de mi vida no es algo que deba plantearme. Hace diez años compré mi casa en plena etapa de éxito personal, profesional y público. Todo me sonreía, el amor, la carrera docente, literaria y académica, la vida política, pero las cosas como vienen se van y diez años más tarde me veo en la misma casa replanteándome qué hago con mi vida mientras la salud me retiene encerrado en ella. No me tengo por un talento, pero cuando veo a ciertas personas en algunos lugares, mientras yo me pudro de asco, no logro entenderlo. No entiendo qué he hecho de mal en mi vida o qué referente me ha faltado para planificarla. Me pudro de asco, lo he escrito y lo repito, me pudro de asco. Los reconocimientos pueden satisfacer una parte del ego, pero no dan de comer y cuando, además, imponen obligaciones absurdas menos gracia le hacen a uno. Es curioso que hay gente que pagaría por alguno de los diplomas que cualgan en las paredes del despacho donde estoy escribiendo o están guardados en los cajones, pero ya, diploma más, diploma menos de poco me importa, sinceramente. Veinte años después de terminar la carrera me he formado en una disciplina que en parte se asemeja a algunas de las facetas que he desarrollado en el campo nobiliario, pero por otra parte nada tiene que ver, esa parte que nada tiene que ver es la que me más me atrae, los días transcurridos en Madrid para la formación y la consecución del título me han llenado de un modo que pocas otras cosas lo han hecho en esta década. Saber que soy capaz de hacer cosas en otros campos, moverme en ambientes distintos, sentirme estudiante de nuevo.Quizá ésa sea una de las señas de identidad de la casa, el ser un eterno estudiante, el ser un aprendiz de mucho y maestro de nada, el ser el eterno Peter Pan que desea poner fin de una vez por todas a una adolescencia excesivamente prolongada. Si pudiera descongelaría a Disney y le diría cuatro cosas, pero me temo que lo de la criogénesis será otra más de las miles de leyendas urbanas que circulan y que será verdad lo de que lo incineraron, pero prefiero pensar en que está congeldo, lo mismo que era murciano. Abuela Vicenta tenía una criada que afirmaba que Marylin Monroe era una prima suya llamada María Monroy que había emigrado a América de niña con sus padres y con la que había roto el contacto. Ella escribía a Hollywood diciéndole lo muy orgullosos que se sentían en el pueblo por sus películas, pero nunca obtenía respuesta. Como yo con estos post que escribo para mí mismo, intentando poner orden en esta cabeza mía y que no obtienen respuesta. Si pensar en alto ayuda, también ayudará el escribir en alto, que es lo que estoy haciendo. Y ya que estoy escribiendo en alto confesaré que una de mis cruces es escribir una novela. Me he atrevido con la poesía, el cuento, el teatro, las letras de canciones, el ensayo, el artículo, la divulgación, pero con la novela nunca he podido. No sé si es que el destino quiere evitarme el ridículo o que me enfrente al negocio editorial con mayúsculas, que no sé si lo resistiría o si es que no es lo mío. Por otro lado es curioso que estando de baja pueda escribir estas cosas, que son terapéuticas para mí, según los médicos y no pueda escribir nada profesional. Por otro lado mejor, así no me quiebro la cabeza y sigo podando ramas de mi enmarañado jardín mientras pienso en seguir descongelando a Walt Disney para decirles dos o tres cositas. Qué vida ésta. Espero retomar la normalidad pronto o acabaré volviéndome más gagá de lo que estoy.